Generalidades sobre los mosquitos (II)

Generalidades sobre los mosquitos (II)

Dispersión de los mosquitos a través del ferrocarril y otros medios de transporte

Que los mosquitos son transportados por el ferrocarril es un hecho común que puede ser observado por cualquiera que viaje. Sin embargo, la importancia que tiene y ha tenido este método de dispersión es algo que se ha pasado generalmente por alto. Se dice que los mosquitos eran desconocidos en Hawaii hasta que los veleros los llevaron allí desde los Estados Unidos. A bordo de estos veleros se habían criado de forma más o menos continua en los barriles de agua, y una vez se introdujeron en las islas criaron con gran facilidad en los pantanos y los estanques de agua dulce; a día de hoy se dice que son muy abundantes en la zona.

Mujer en hamaca recibe la visita de los mosquitos

Los mosquitos llegan con el verano
Bob Satterfield, 1904

Aparte de este comentario, recogido en una monografía escrita por Nuttall (1899) —en la que se menciona brevemente una probable influencia de los vientos, los ferrocarriles y los barcos en la dispersión de los mosquitos—, el asunto no recibió prácticamente ninguna atención hasta que fue llevado a un boletín titulado “Unas notas sobre los mosquitos”, preparado por este autor y publicado por el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos en agosto de 1900. Se afirmaba allí que ingentes cantidades de mosquitos son transportadas por medio del ferrocarril a distancias ilimitadas, y que al salir de los vagones empiezan a criar incluso en lugares en que los mosquitos son raros, o lo serían en condiciones normales. Se contaba también cómo, de esta manera, incluso las zonas residenciales de las montañas estaban recibiendo un suministro de mosquitos desde las tierras bajas, y se destacaba el constante aumento del riesgo de este método de propagación a causa del perfeccionamiento del servicio de ferrocarril y el incremento del número de vagones que esto implica. Se demostró que a pesar de que el estado de Nueva Jersey, por poner un ejemplo, tenía mala reputación en lo que tocaba a los mosquitos, eso no significaba necesariamente que en el interior de aquel estado hubiera más lugares de cría, o que los mosquitos de Nueva Jersey fueran más prolíficos que en cualquier otra parte. Opinaba el autor que la constante abundancia de mosquitos en Nueva Jersey se debe a que a lo largo de la costa se extienden numerosos pantanos, y a que durante todo el verano, desde aproximadamente una docena de localidades costeras, de Weehawken a Cape May, parten todas las tardes numerosos trenes hacia el interior. Estos trenes pueden llegar a contener cientos de mosquitos, y es posible que en cada parada salgan volando de los vagones y busquen lugares de cría cerca de las vías.

Una desalentadora característica de este método de dispersión es que, aunque que se ejecuten las más exhaustivas labores de exterminio, si la localidad está próxima a una vía de ferrocarril, se seguirán trayendo constantemente nuevos aportes de mosquitos que empezarán a criar en cualquier sitio en que haya agua. En aquel texto llamé la atención sobre el hecho de que las montañas de Catskill, un lugar que había caído bajo mi supervisión, había estado libre de mosquitos hasta que los vagones del ferrocarril los llevaron hasta allí arriba desde los alrededores de la ciudad de Nueva York.

Tras la publicación de aquel boletín, en las reseñas de los periódicos se expresaron ciertas dudas acerca de la importancia de este método de propagación; pero desde entonces se ha adquirido evidencia confirmatoria de notable contundencia —aunque, de hecho, aquella proposición era tan autoevidente que apenas necesitaba confirmación. Tras las interesantes labores comunitarias llevadas a cabo por la ciudad de Winchester, Virginia, a las que nos referiremos en detalle en el capítulo sobre los remedios, se ha vuelto del dominio público que Winchester fue en una ocasión una de las zonas vacacionales preferidas y que los mosquitos eran allí prácticamente desconocidos; pero que, tras el establecimiento de una línea de tren nocturno en la red férrea de Baltimore & Ohio, los mosquitos, procedentes de la estación de Camden, en Baltimore, empezaron a ser definitivamente una molestia en Winchester durante los meses de verano. Desafortunadamente, al mismo tiempo que se instalaba esta línea nocturna, o aproximadamente en la misma época, Winchester amplió su sistema de suministro de aguas y no construyó alcantarillado. Esto tuvo como resultado que, al llegar los mosquitos desde Baltimore, encontraran un extraordinario suministro de agua estancada por toda la ciudad, y que las condiciones, por tanto, fueran perfectas para que los mosquitos se desarrollaran en cantidades enormes.

Gente huyendo de los mosquitos, por José Guadalupe Posada

El mosquito americano ha llegado a México
José Guadalupe Posada, circa 1900-1910

El Sr. C. A. Sperry de Chicago, que vivía anteriormente en México, me ha informado de que, antes de que se construyera el ferrocarril hasta Tampico y Veracruz, en Ciudad de México no habían mosquitos. Sin embargo, fueron traídos desde la costa en los vagones, y se establecieron allí. Tampico y Veracruz, ambas ciudades situadas a poca altura por encima del nivel mar, siempre habían tenido mosquitos en cantidad. Ciudad de México, situada sobre una meseta a 7000 pies de altura y que no tenía mosquitos, quedó por tanto infestada a causa de la ampliación de los servicios ferroviarios.

El Sr. C. P. Lounsbury, entomólogo del gobierno en el cabo de Buena Esperanza, es responsable de haber afirmado (in litt.) que las vías del ferrocarril de Colonia del Cabo han sido las culpables de haber llevado los mosquitos a muchos pueblos del interior, las cuales, antes de la llegada del caballo de hierro, habían estado bastante libres de aquella plaga. Otro corresponsal aporta los detalles de una introducción similar de los mosquitos en una pequeña ciudad de Misuri situada en altura.

De forma similar, las diligencias también son responsables de la propagación de los mosquitos. Grassi, el investigador italiano, sostiene que él contó, en el interior de una cabina, hasta doscientos especímenes de Anopheles en un viaje que duró dos horas a través de las llanuras de Capaccio, y el mismo observador ha registrado la captura de mosquitos de la malaria en un vagón de ferrocarril que viajaba de Florencia a Berlín.

Lugares extraños en los que crían los mosquitos

En el informe de la Expedición de la Malaria a Sierra Leona llevada a cabo por el Colegio de Medicina Tropical de Liverpool, se afirma que se encontraron mosquitos criando en las botellas rotas que se colocan encima de las paredes de piedra a modo de cheval de frise, y que se los encontró también criando en los jarrones de flores sobre las mesas de las casas de los residentes europeos; los sirvientes habían cambiado a conciencia las flores cada mañana, pero con una falta de conciencia similar habían pasado por alto cambiar el agua. Yo mismo los he encontrado criando en una vieja lata de conserva de tomate en el basurero, en Washington. El Sr. W. P. Seal de Delair, Nueva Jersey, escribe que él encuentra larvas de mosquitos sobre los manzanos, arces, y otros árboles, en huecos que la lluvia ha llenado de agua, a menudo a una distancia considerable del suelo. El Sr. Pratt los ha encontrado cerca de Blandesburg criando en el tocón de un árbol hueco. El Sr. Pergande ha demostrado que se crían en las cloacas cerradas de Washington, que entran a través de las trampillas perforadas de las alcantarillas y que emergen por estos mismos agujeros. El Sr. Matheson me mostró un viejo pozo en desuso que estaba cubierto por un tablón, pero al levantar esta tapadera encontramos grandes cantidades de mosquitos posados en su cara inferior. La tapadera tenía una grieta lo bastante grande para dejarlos pasar, habían olido el agua de abajo, se habían abierto paso a través de la grieta, y habían criado en el viejo pozo. Criarán en cualquier tanque de agua, y las tapaderas deben ser ajustadas con precisión, pues el agua atrae de tal manera a las hembras encinta que son capaces de introducir sus cuerpos por grietas en apariencia demasiado pequeñas y que no deberían dejarlas pasar. El Dr. John B. Smith dice que en Nueva Jersey los encuentra en gran número dentro de los recipientes de las plantas carnívoras del género Sarracenia.

Estos testimonios se refieren en su mayor parte, si no por entero, a los mosquitos comunes del género Culex, los cuales, por comparación, asumimos que son menos dañinos desde el punto de vista de la transmisión de enfermedades; pero apuntan claramente a que cuando el objetivo sea librar a una casa o un vecindario de los mosquitos, si se quiere evitar sus irritantes picaduras y generar la condición de confort general que aporta la ausencia de mosquitos, no se puede pasar por alto ningún lugar en que el agua pueda quedarse acumulada. La más mínima concentración de agua de lluvia estancada se convierte en un lugar de cría y puede estar atestada de larvas. El Sr. E. E. Austin, de la expedición de la Escuela Tropical de Liverpool, ha observado en África Occidental que botellas, lecheras y latas de sardinas desechadas, o cáscaras de coco, están frecuentemente plagadas de larvas, y también que el agua que se acumula en cuencos de calabaza en desuso y otros recipientes tirados en los alrededores de las casas se utiliza para la cría. El Sr. R. H. Pettit (Bul. 186, Mich. Agric. College Exp. Sta.), en un informe sobre los insectos de la Península Superior de Michigan, escribe lo siguiente: “La tierra que está en proceso de ser despejada proporciona un lugar de cría ideal para ellos. Los agujeros que quedan al arrancar los tocones, una vez el agua se ha asentado en ellos, se encuentran frecuentemente muy animados por las larvas del mosquito”. Él recogió un gran número de larvas y de pupas de un agujero que no contenía sino una ínfima cantidad de agua, y los crió hasta que fueron adultos.

Hemos mencionado más arriba que el Dr. Smith los ha encontrado criando en los recipientes de la planta carnívora, y el Dr. Henry Strahan, en la Revista de medicina tropical de agosto de 1900, nos muestra que en Lagos, en el África Occidental, cría en plantas similares. En el verano de 1900, el Sr. W. J. Matheson de Lloyd’s Neck, Long Island, después de una labor exitosa que incluía el drenaje o el tratamiento con queroseno de cualquier posible lugar de cría localizado en un radio de media milla o más de su casa, en octubre, cuando se dirigía a su invernadero, observó tres o cuatro mosquitos, e indagando alrededor en busca de su lugar de cría, lo encontró en un tanque en un rincón del invernadero, en el cual el jardinero tenía la costumbre de conservar de treinta a cuarenta galones de agua con el propósito de que estuvieran a la temperatura del invernadero. Por lo visto, el tanque estaba lleno de larvas de mosquito. Haciendo una medición en una jarra de un cuarto de galón, después de contarlos estimó que en el tanque debía haber cerca de tres mil larvas. Este es un ejemplo muy interesante, pues ilustra el punto sobre el cual acabamos de hacer hincapié, ya que después de las labores de exterminio que se habían realizado, estos tres mil mosquitos habrían causado una molestia considerable en aquel hogar, y podrían haber dado pábulo a la opinión de que habían volado desde alguna distancia desconocida

Professor Charles A. Towne has killed the Calamity Mosquito with Coal Oil and a magnifying glass

Kerosene Kills Mosquitos
Charles Lewis Bartholomew, ‘Bart’, 1901

El interesante descubrimiento realizado por el Sr. Pergande, esto es, el hecho de que crían en las alcantarillas cerradas de Washington, merece una atención más detallada que la que le hemos prestado. Hallando su casa infestada de mosquitos —en la zona nordeste de Washington— sin que hubiera agua estancada a la vista en la vecindad, se le ocurrió cubrir la pequeña trampilla agujereada de la alcantarilla de su patio trasero con una pantalla de alambre. Previendo la posibilidad de que los mosquitos cruzaran la pantalla desde el exterior, colocó una película de algodón alrededor del borde de la trampilla sobre la que descansaba la trampilla. El 24 de agosto se encontraron dos hembras de Culex pungens bajo la pantalla. El 3 de septiembre se halló otra en el mismo sitio, pero se volvió al sumidero tan pronto como los rayos del sol alcanzaron la rejilla. El 6, 10 y 11 de septiembre fueron atrapadas cinco más. Evidentemente, las hembras de mosquito, buscando de lugares de cría, habían volado a través de las ranuras de la trampilla de la alcantarilla, habían encontrado agua estancada en el fondo del sumidero y habían depositado sus huevos, a partir de los cuales se desarrolló una nueva generación de adultos.

Hay otras localidades en Washington, bastante alejadas de la fachada del río Potomac, en las que los mosquitos son más o menos abundantes y donde parece no haber agua estancada en la que puedan criar. Por tanto, parece que podemos estar razonablemente seguros de que esta crianza en las alcantarillas debe ser más bien habitual en aquellas ciudades cuya pendiente general es tan suave que el agua —cuando no hay lluvias fuertes que limpien los sumideros— puede permanecer casi parada durante varios días. Por supuesto, estos criaderos pueden ser controlados mediante una pequeña intervención vecinal, o bien vertiendo ocasionalmente un poco de queroseno en las trampillas de las alcantarillas o cubriéndolas con una red de alambre, tal como hizo el Sr. Pergande en sus experimentos.

Otro ejemplo de la necesidad de localizar y eliminar cualquier emplazamiento de los mosquitos y las larvas ha sido relatado recientemente por el Dr. James Carroll de los Estados Unidos, un miembro de la Comisión para la Fiebre amarilla. Al visitar a un oficial del ejército que estaba al cargo de una base en Cuba, encontró en los cuarteles al mosquito de la fiebre amarilla en grandes cantidades. El oficial al mando no podía imaginar de que dónde venían y, cumpliendo órdenes, dispuso la eliminación de cualquier lugar de cría, ya fuera mediante un drenado de su superficie o con el vertido de petróleo. El Dr. Carroll observó que la mesa del comedor había sido aislada colocando sus patas dentro de pequeñas jarras de agua, y que la superficie del agua había sido cubierta cuidadosamente con queroseno. Al entrar en una habitación adyacente, no obstante, encontró otra mesa que también había sido aislada de la misma manera, pero sólo el agua de una de aquellas patas había sido cubierta con queroseno, mientras que las jarras de debajo de las otras patas estaban plagadas de larvas de mosquito. Había sido culpa del ordenanza, un irlandés, que había obedecido la orden de llenar todos aquellos recipientes que se le habían indicado directamente, pero no más. En esas tres jarras se criaban mosquitos suficientes para abastecer a una extensa comunidad.

Existe la creencia común de que los mosquitos no necesitan agua estancada para criar. Por lo general, la gente poco observadora supone que son capaces de criar en la hierba mojada, y es un comentario frecuente, tal como expresó recientemente un corresponsal de la Prensa rural del Pacífico, que los mosquitos son más abundantes alrededor de los céspedes bien irrigados que en los solares vacíos a causa de la superficie seca y arenosa que estos presentan en la temporada árida de verano. Pero no existe la más ligera evidencia de que tales circunstancias se den realmente. En casos semejantes a los descritos por el californiano, los mosquitos se ven atraídos de forma natural por el aire húmedo. Buscan lugares de cría y son atraídos por la humedad, por ligera que esta sea; además, es bien sabido que beben agua, y si bien las gotas en las hojas de la hierba no les inducirá a poner huevos, pueden con ellas llenar fácilmente sus estómagos en ausencia de ese otro líquido altamente más nutritivo conocido como sangre humana. Algunos hombres beben agua en vez de cerveza, pero, tristemente, es un hecho que no se conoce ningún mosquito que beba agua cuando puede conseguir sangre. En el caso de California, la humedad del aire alrededor del césped rociado les gusta a los mosquitos más que el aire seco de los solares vacíos, y entre las variopintas e inadvertidas circunstancias en se pueden acumular pequeñas cantidades de agua, muchas de las cuales acabamos de señalar, siempre se encontrará alguna explicación para la abundancia de los mosquitos distinta a la de que se crían sobre la hierba húmeda. Es necesario decir, no obstante, tal como se ha apuntado de forma más completa en otro párrafo, que en las estaciones secas los mosquitos vivirán hasta que lleguen las lluvias, y esto es particularmente cierto respecto a las hembras encinta. La naturaleza cuida de que la especie se perpetúe, y provee de alguna manera a los individuos hasta que la perpetuación de la especie esté asegurada.

La alimentación de los mosquitos adultos

Que sólo las hembras de los mosquitos extraen sangre y que estas hembras, normalmente, se alimentan de las plantas, son dos hechos sobre los que caben pocas dudas. Cuando tenemos en cuenta las enormes cantidades en que se reproducen los mosquitos, no hay riesgo en decir que sólo una ínfima parte de estos saborea alguna vez la sangre de un animal de sangre caliente. Se los ha visto con sus picos insertos en plantas jugosas; han sido observados chupando frutas maduras, sandías e incluso patatas hervidas. Existen en este país grandes extensiones de tierras pantanosas jamás frecuentadas por animales de sangre caliente y en las que los mosquitos se crían en cantidades incontables.

Pero no se limitan a las plantas y a los animales de sangre caliente. También atacan a otros insectos, aunque este tipo de observaciones no son habituales. El Dr. H. A. Veazie de Nueva Orleans, me informa no obstante de que ha visto mosquitos picando a la cigarra, o “langosta”, como incorrectamente se la llama (en los Estados Unidos), así como a la pupa del mismo insecto, que tiene la piel blanda. El Dr. A. Hagen ha registrado un caso en que vio a un mosquito, en el Noroeste, alimentándose sobre la crisálida de una mariposa. Los vertebrados de sangre fría también son atacados. El Sr. J. Turner Brakeley, de Hornerstown, Nueva Jersey, escribe que él ha visto a una tortuga negra9 rodeada por un enjambre de mosquitos, pero que esta no les prestaba atención, posiblemente por que se hallaba ocupada poniendo sus huevos. Además, hay varios casos registrados en que los mosquitos han sido vistos picoteando las cabezas de peces jóvenes. Está también más que probado que los mosquitos chupan la sangre de las aves. Durante el curso de las primeras investigaciones de Ross en la India sobre unos gorriones enfermos de malaria, no tuvo ninguna dificultad para conseguir que los mosquitos picasen a los pájaros, y una reciente corresponsal del Baltimore Sun estuvo a punto de perder a los canarios que le hacían de mascota a causa de las picaduras de los mosquitos, los cuales parecían particularmente atraídos hacia estos pájaros.

Volviendo de nuevo a su costumbre de alimentarse de las plantas, personas implicadas en el estudio de las relaciones de los mosquitos con la malaria han encontrado que se les puede alimentar fácilmente con fruta, y las bananas son un artículo de los preferidos en su dieta. El Dr. John B. Smith, de la Universidad Rutgers, me informa de que en Anglesea, Nueva Jersey, ha visto a machos y hembras, probablemente Culex sollicitans10, atraídos por las flores de los cerezos silvestres y que parecían escarbar en el centro de la flor. Eran tan abundantes que capturó a cientos de ellos simplemente paseando su red por encima de las flores.

El mosquito macho parece llevar una dieta exclusivamente vegetariana. El pico de este sexo es más endeble y no parece adecuado para penetrar la piel, ni siquiera la de un animal de piel tierna. Es probable que consiga el alimento principalmente sorbiendo líquidos que se hallen al descubierto. Se les ve a menudo succionando en gotas de agua o melazas, o cerveza, o vino. El Dr. St. George Gray de Santa Lucía, en las Indias Occidentales Británicas, encuentra que allá abajo puede atrapar casi diariamente a uno o dos machos sobre el cuello de un decantador o de un vaso de vino que acaba de ser utilizado. Ha realizado algunas observaciones interesantes sobre los efectos tóxicos del vino en los machos. A partir de estas observaciones y de las que ha realizado Schwarz sobre la costumbre que tienen los machos de beber cerveza, siempre que se discuta sobre los hábitos de los diferentes sexos y se pretenda aducir al mosquito como ejemplo de la posible sed de sangre que pueden tener las hembras, el comentario puede ser contrarrestado con el hecho de que, incluso en esta criatura, el sexo masculino es el único propenso al alcoholismo.

A pesar de lo acabamos de decir sobre la escasa capacidad de penetración de las piezas bucales de los mosquitos macho, el Dr. C. W. Stiles me informa de que él y Hurst (el autor de un importante informe sobre la fase de pupa de Culex, Manchester, 1890), realizó una observación en el verano de 1889, en Leipzig, que lo convenció de una de estas dos cosas: o en ocasiones los machos pican, o en ocasiones las hembras tienen antenas emplumadas. Stiles y Hurst se encontraban en una barca de remos una tarde y fueron picados cierto numero de veces por ejemplares de Culex nemoralis11. Uno de los individuos, que picó a Stiles en la mano izquierda, fue aplastado, y con el aplastamiento brotó una considerable cantidad de sangre —suficiente para dejarle sobre la piel una mancha de buen tamaño. Tras examinar el cadáver, se sorprendió al darse cuenta de que tenía antenas de macho. Hurst también lo examinó, y declaró que era el primer caso del que tenía conocimiento en que un macho Culex había sido cogido en el acto mientras chupaba sangre. El Dr. Stiles me cuenta que Hurst tenía la intención de dejar documentada la observación, pero cree que nunca fue publicada. El rigor como investigador del Dr. Stiles está tan reconocido, que en este caso se debe buscar una explicación distinta a la de que se trató de una observación defectuosa.

Mosquito Aedes taeniorhynchus alimentándose en una manzana

Aedes taeniorhynchus
by Nathan T. JonesCC BY 4.0

Esta observación, al parecer sin precedentes, nos pone ante un veredicto que coincide con el de Jördens (1801), quien pensó que el mosquito macho podía picar, y consecuentemente le escribió a Dimmock: “Pero desde el momento en que el macho está también provisto con una seta succionadora, sería incomprensible que no la utilizase con este propósito”. El Dr. Dimmock, en su admirable disertación sobre la Anatomía de las piezas bucales y el aparato succionador de algunos dípteros (1881), realizó un estudio de lo más minucioso de las piezas bucales de ambos, de los mosquitos macho y hembra. Sus conclusiones se posicionan decididamente en contra de la posibilidad de que los mosquitos macho puedan picar a los animales de sangre caliente. Nos cuenta lo siguiente:

He intentado forzar a los mosquitos macho a picarme cuando los he encontrado en el campo de forma abundante, pero parecía que mi persona no les resultaba atractiva, como sí era el caso con las hembras; se alejaban volando con indiferencia sin aterrizar sobre mí. A menudo, con todo el cuidado posible para evitar inquietarlos, he atrapado mosquitos macho bajo una cubierta de vidrio sobre mi mano, dejándolos reposar el tiempo suficiente para que se hallaran tan tranquilos allí como sobre las hojas y la hierba del campo, pero ni me picaron ni mostraron ningún deseo de hacerlo; y tampoco he sido capaz de alimentarlos con agua, saliva o sangre fresca, todos ellos líquidos que la hembra bebe frecuentemente y con avidez.

Basándome en su anatomía, creo que los mosquitos macho ingieren alimento líquido, aunque nunca he diseccionado sus estómagos para ver cuál es este alimento. Tienen piezas bucales y una faringe lo bastante desarrolladas para succionar líquidos; pero la ausencia de maxilas punzantes, de una hipofaringe independiente y de un bulbo esofágico, nos lleva a suponer que ingieren una cantidad de comida menor de la que ingieren las hembras, y que no la obtienen perforando las pieles de los animales.

Hay una especie europea de mosquito, Culex salinus Ficalbi12, que según se cuenta es de hábitos diurnos y vive en agua salada, cuyo macho se dice que pica y que posee piezas bucales bastante similares a las de la hembra.

La abundancia de mosquitos

En la actualidad, cualquiera al que le guste la vida en el exterior, especialmente hombres interesados en la caza y la pesca, es capaz de contar historias sobre los mosquitos que rivalizan con los ejemplos más bien escasos que nos han llegado de los tiempos antiguos. De hecho, he escuchado a deportistas que compiten entre sí al describir la abundancia de mosquitos en ciertas localidades; pero, familiarizado con la tendencia de cazadores y pescadores a deleitarse en esa figura retórica conocida como hipérbole —tal como evidencia el amplio éxito que tiene la expresión “una historia de pescadores”, o el adjetivo “fishy13—, uno se siente justificado para mostrar cierto grado incredulidad. Sin embargo, es indudablemente cierto que algunas localidades de este país son casi inhabitables a causa de las grandes cantidades de mosquitos que allí se encuentran; que muchos otros vecindarios, que de otra manera serían atractivos, no prosperan por esta razón; y que otras regiones están completamente deshabitadas por el mismo motivo. El profesor E. W. Hilgard, de la Universidad de California, me ha escrito que en la parte norte del estado de Washington, en los bosques de pinos al norte de Spokane, el mosquito gris, o Culex, parece ser el único propietario de la tierra, y que es una molestia terrible, igual que en las regiones árticas. Lo primero que se hace a la hora de acampar es establecer una apretada línea de botes de humo para que este flote sobre el viento, para de este modo conseguir que tanto los humanos como los animales de tiro puedan comer en relativa calma; pero al acercarse la medianoche, el enjambre al completo está de vuelta. Comenta que en aquella región hay lagos dispersos en los que crían, pero que deben migrar distancias considerables. Añade también que en Montana ha visto en los campos a todos los caballos de labor enfundados en mantas durante el día, y que estas estaban salpicadas de pequeñas motas de sangre.

En varias ocasiones he tenido la oportunidad de citar un hecho observado en Corpus Christi, Texas, por mi colega el Sr. E. A. Schwarz. Nos cuenta que en ese lugar, cuando el viento sopla desde cualquier dirección que no sea el sur, “cientos de miles de millones” de mosquitos caen volando sobre la ciudad. Enormes manadas de caballos corren delante de los mosquitos para alcanzar el agua, pero al cambiar el viento, los mosquitos desaparecen. El ejemplo mencionado por el Honorable J. D. Mitchell, de Victoria, Texas, el cual ya he citado en la sección “¿Qué distancia puede volar un mosquito?”, es otra muestra de las cantidades enormes en las que pueden aparecer estos insectos en ocasiones, incluso en localidades en las que ordinariamente no son muy abundantes.

Mosquito Aedes detritus

Aedes detritus
by bitsnbirdsCC BY 4.0

Según Pausanias, en la antigua Grecia los habitantes se veían forzados a abandonar sus hogares porque los mosquitos hacían imposible que pudieran permanecer en ellos. Miunte, una rica ciudad de Jonia, fue abandonada por sus habitantes a causa de los mosquitos, viéndose forzados a huir a Mileto. Lo mismo le sucedió a Pérgamo, una bella ciudad de Asia. Alguien ha llamado la atención sobre el hecho que cuenta Teodoreto, según el cual Sapor, rey de Persia, se vio obligado a levantar el asedio de Nisibis por una plaga de mosquitos; estos atacaron a sus elefantes y bestias de carga, causando así la derrota de su ejército. Kirby y Spence relatan que “en la zona de Crimea los soldados rusos se ven obligados a dormir en sacos para defenderse de los mosquitos; y ni siquiera esto es protección suficiente, pues varios de ellos mueren como consecuencia del castigo infligido por las picaduras de estos furiosos chupadores de sangre”. Los mismos autores afirman que el capitán Stedman, en (norte)América (probablemente en un tiempo anterior a la revolución), cuenta que él y sus soldados se vieron forzados a dormir con las cabezas metidas en agujeros en la tierra y los cuellos envueltos en las hamacas; y Humboldt relata que en algún lugar de Sudamérica los habitantes pasan la noche enterrados en la arena, que los cubre con un espesor de tres o cuatro pulgadas, quedando fuera sólo la cabeza, la cual se cubre con un paño. ¡Incluso tenemos una historia de mosquitos que posiblemente pone en cuestión la veracidad de George Washington! Isaac Weld, en sus Viajes a través de Norteamérica, 1795-1797 (Londres, 1799), refiriéndose a Skenesborough, en el norte de Nueva York, se extiende sobre el asunto de la cantidad y la ferocidad de los mosquitos y dice: “El general Washington me contó que nunca le habían molestado tanto los mosquitos en ninguna parte de América como en Skenesborough, pues allí eran capaces de picar a través de la bota más gruesa”. Ahora bien, sabiendo que las botas eran muy gruesas en aquellos días, y que los mosquitos de aquel tiempo deben haber sido estructuralmente idénticos a los de hoy, surge inmediatamente la cuestión de la veracidad del Sr. Weld y del general Washington; y como a partir de la veraz historia del Dr. Weems sabemos que el general Washington estaba tallado en tal madera que era incapaz de contar una mentira, parece que lo más probable es que el Sr. Weld, igual que tantos otros viajeros que han escrito libros al volver a casa después de un largo viaje, tenía cierta propensión a exagerar la verdad.

Mosquitos del lejano norte

Como es bien sabido, la molestias ocasionadas por los mosquitos no están de ningún modo confinadas a los trópicos, ni siquiera a las regiones templadas. Las historias que cuentan los buscadores de oro que regresan de Dawson City y otras localidades de Alaska sobre la abundancia y ferocidad de los mosquitos alaskeños difícilmente encuentran parangón en cualquier otro relato sobre mosquitos, histórico o de otro tipo, que yo haya escuchado. Muchos de mis amigos en el Servicio Topográfico de Vigilancia de Costas y del Servicio Geólogico de Vigilancia de los Estados Unidos, que han formado parte de los equipos estivales que realizan labores de vigilancia en Alaska, han regresado a esta parte del país con una convicción reforzada —comparada con la que tenían en el momento en que partieron— de la importancia práctica del estudio de los insectos; se ha vuelto tan íntimo su trato con los mosquitos, y ha alcanzado tal punto el conocimiento de su ferocidad, que la primera cuestión que plantean al regresar es: “Si tengo que ir a allá arriba el próximo verano, ¿qué narices puedo hacer para evitar ser desangrado hasta morir por los mosquitos?” Comentan que en asuntos de mosquitos nunca han experimentado, ni siquiera imaginado, algo que se acerque a lo que han encontrado en Alaska. El Sr. W. C. Henderson de Filadelfia, refiriéndose a los mosquitos de Alaska, cuenta que “los había por millones conduciéndonos al borde del suicidio o de la locura”.

Que los mosquitos se desarrollen en cantidades tan extraordinarias en las regiones árticas es para destacar si se tiene en cuenta la extrema brevedad de la temporada de verano. Seguramente son muy pocas las generaciones que tienen la oportunidad de desarrollarse. Por tanto, incluso en aquel frío extremo, tienen que hibernar en gran número y, en circunstancias tales, su presencia en aquellas zonas, cuando se considera la escasez comparativa de animales mamíferos, indica de forma contundente el escaso papel que juega la sangre de los animales de sangre caliente en la economía normal de la vida del mosquito.

No son necesarias estas experiencias recientes, sin embargo, para confirmarnos la abundancia de los mosquitos en las regiones árticas. Kirby y Spence cuentan historias extraordinarias de su presencia en Laponia, donde se dice que su número es tan prodigioso que se les puede comparar con la caída de los copos de nieve en lo más espeso de una nevada o con el polvo de la tierra. Hay una mención a esta abundancia en la narración que hace C. F. Hall de su segunda expedición al ártico; y en la Expedición Polaris, el Dr. Emile Bessels se vio obligado a interrumpir su labor en el estrecho de Davis (latitud 72º norte) a causa de la multitud de mosquitos.

Como explicación de estas muchedumbres —y todos estos relatos son incuestionable y mesurablemente ciertos— sólo debemos pensar en la presencia ubicua de agua estancada; teniendo en cuenta que la cantidad de comida que requieren las larvas de mosquitos es muy escasa e insignificante, y que esta consiste principalmente en los microorganismos que existen en el agua estancada, el resultado es que se pueden criar con éxito enormes cantidades con un aporte de agua mínimo. Para ilustrar este último hecho, Lugger, en 1896, emprendió la tarea de contar las larvas contenidas en un barril de tamaño ordinario para el agua de lluvia. El 6 de julio se filtró el agua del barril, y se encontró que entre huevos, larvas y pupas había 17529 individuos. En un recuento adicional realizado el 22 de julio, se contaron 19110. Si hay alguien que se sienta dispuesto a hacer los cálculos, tiene que tener en cuenta que la mitad de todos estos producirían hembras, cada una de las cuales pondría unos 400 huevos y que, además, en la zona norte de los Estados Unidos, en un verano se crían doce generaciones. Resultará entonces perfectamente obvio que un solo barril con agua de lluvia que se haya descuidado puede muy bien suministrar mosquitos a todo un vecindario enorme.

El veneno de las picaduras de mosquito

Aquel buen y viejo observador que fue Réaumur pensó, efectivamente, que el mosquito secretaba un fluido venenoso cuyo propósito era provocar que la sangre fluyera con más facilidad al picar. Observadores posteriores han aceptado esta afirmación, o bien han negado la existencia de tal fluido sosteniendo que la hinchazón que sucede a la picadura estaba causada por la irritación del pinchazo sin la ayuda de ningún veneno. Dimmock (1881) se convenció de que se introducía una saliva venenosa. Él se dio cuenta de que si el mosquito pincha la piel sin entrar en un vaso sanguíneo, aunque inserte su proboscis casi por completo, no se produce sobre la piel ningún efecto venenoso; pero cuando la proboscis toca sangre y el insecto extrae su ración, la subsiguiente hinchazón y el efecto del veneno se hacen patentes. Argumentó que estos efectos indican un vertido constante de algún tipo de fluido venenoso durante el proceso de succión de la sangre.

Glándula del veneno del mosquito

Glándula del veneno del mosquito (P)

La cuestión fue finalmente zanjada por Macloskie (1877), que logró demostrar la existencia de una glándula de veneno en los mosquitos y mostró además que esta glándula de veneno está conectada por medio de un conducto con las piezas bucales. Este canal veneno-salival es muy fino, y corre hacia atrás por la garganta, por la parte inferior de la cabeza, desembocando, en el protórax, en unas glándulas que tienen una estructura característica. Hay dos grupos de glándulas, que constan cada uno de tres glándulas, dos de las cuales son glándulas salivales ordinarias y la tercera, situada entre las otras dos, tiene un aspecto y estructura diferentes y es la que secreta el veneno.

Miall de Inglaterra, en una fecha tan reciente como 1895, afirmó que no podía afirmarse positivamente si se inyectaba o no veneno en la herida. Pasando por alto, o no aceptando, la demostración de Macloskie, dice: “Hasta la fecha no se ha demostrado la presencia de ningún veneno, y hay motivos para creer que la irritación de la herida es ligera en un tiempo frío y que sólo se vuelve intensa durante el fuerte calor del verano”.

El asunto del veneno del mosquito ha sido objeto de algunas especulaciones. La vieja hipótesis de Réaumur, esto es, que hace que la sangre se vuelva más líquida y más fácilmente succionable por el mosquito, ha tenido sus partidarios. Osten Sacken y Miall, no obstante, creen que es probable que las piezas bucales perforadoras del mosquito fueron adquiridas originariamente con el propósito de succionar los jugos de las plantas; y Macloskie adelanta la idea de que el alimento principal de los mosquitos no es la sangre animal, sino las proteínas de las plantas, y que probablemente el veneno expelido puede impedir la coagulación de todas las proteínas y de este modo promover el proceso de succión.

Glándula del veneno del mosquito

Hit him hard! President McKinley
by Grant Hamilton, 1899

La intensidad de la irritación causada por el veneno de los mosquitos varía enormemente entre individuos. Algunas personas sufren severamente con sus picaduras, mientras que a otras no las afecta en absoluto. Esto es un hecho comúnmente observado. He visto a un hombre cazando agachadizas en un pantano con la cara protegida, pero con la parte izquierda del cuello al descubierto. Su cuello había sido picado repetidamente, y estaba tan intoxicado que se le había desfigurado completamente. Al final del día no tenía cuello: entre los hombros y la cabeza había solo una pendiente gradual.

Apenas caben dudas de que la gente se inmuniza contra este veneno. Las personas que habitan en localidades atestadas de mosquitos, por regla, padecen menos que aquellos que llegan desde regiones más favorecidas, y resulta verosímil que después de un caso severo de envenenamiento por el mosquito el efecto inmunizador pueda durar largo tiempo. Un ejemplo de esto me lo ha enviado el reverendo Edward Everett Hale, el cual, con fecha de 29 de agosto de 1900, escribía:

Creo que soy un ejemplo de inmunidad contra el virus de los mosquitos. Hace más de cincuenta años, de camino al monte Katahdin, me adentré en los bosques de Maine. La primera tarde estuvimos fuera no llegó a una hora, pero por la noche, cuando entramos en el campamento, conté sesenta picaduras de mosquito perfectamente definidas sólo en mi mano derecha. Desde aquella vez hasta hoy apenas me han molestado los mosquitos. Me desagrada su zumbido por la noche, y si veo alguno sobre mi mano lo mato, pero después que haya pasado el pinchazo, no recuerdo nunca haber sentido picor

Generalidades sobre los mosquitos (II)

Notas


 * Suborden o Superfamilia— En los órdenes Blattodea, Hymenoptera y Lepidoptera, para agrupar las familias hemos preferido usar las superfamilias en lugar de los subórdenes.

 9. “Black terrapin”, en el original

 10. Aedes sollicitans, para la nomenclatura actual.

 11. Probablemente se trate del Aedes communis de la nomenclatura actual.

 12. Aedes detritus, ibid.

 13. Sospechoso, que huele mal… a pescado (fish).