Las avispas Eumenes

por Jean-Henri Fabre
Título original: Les eumènes
Apareció en: Recuerdos entomológicos, serie 2ª
Año : 1882
Linaje del protagonista
Las avispas Eumenes

Clásico traje de avispa: mitad negro y mitad amarillo, talle elegante, porte esbelto y alas que en reposo no se estiran aplanadas sobre el cuerpo, sino que se despliegan a ambos lados en toda su longitud; por abdomen una especie de retorta de químico, redondeado como una calabaza y que se une al tórax por medio de un cuello largo, hinchado al principio como el de una pera, que se encoge después hasta convertirse en un hilo; despegue poco fogoso, vuelo silencioso, hábitos solitarios; este es el croquis, resumido, de las avispas Eumenes. En mi región se encuentran dos especies: la más grande, Eumenes Amedei* Lepeletier, mide cerca de una pulgada de largo; la otra, Eumenes pomiformis Fabricius1, es una reducción de la primera a escala de un medio.

Parecidas en forma y coloración, ambas poseen idéntico talento para la arquitectura; y este talento se traduce en una construcción de elevada perfección que encanta incluso a la mirada más novicia. Su domicilio es una obra maestra. Pese a ello, las avispas Eumenes practican el oficio de las armas, poco favorable a las artes; con el aguijón pican a sus víctimas; hacen botín, rapiñan. Son himenópteros de presa que aprovisionan a sus larvas con orugas. Tiene que resultar interesante comparar sus costumbres con las del cirujano de gusanos grises. Si bien la pieza cazada sigue siendo la misma, orugas en ambos casos, quizá el instinto, que varía con la especie, nos reserve nuevos hallazgos. Además, el edificio que erige la avispa Eumenes merece un examen por sí mismo.
Los himenópteros depredadores cuyas historias hemos descrito hasta la fecha están maravillosamente versados en el arte de blandir el aguijón; nos sorprenden por su técnica quirúrgica, que parece haber sido enseñada por algún fisiólogo al que no se le escapa nada; pero estos diestros asesinos son obreros de escaso mérito a la hora de construir edificios. ¿Cuál es su residencia, en efecto? Un pasillo bajo tierra con una celda en el extremo; una galería, una excavación, una cueva informe. Es la obra de un minero, de un excavador, vigoroso en ocasiones, jamás artesano. Con ellos el pico sacude, la pinza desprende, el rastrillo extrae, pero no hay una llana que cimente. Con las avispas Eumenes tenemos ante nosotros albañiles de verdad, que edifican genuinas piezas con cemento y piedras talladas y que construyen tanto a cielo abierto, sobre la roca, como sobre la base oscilante de una rama. La caza se alterna con la arquitectura; el insecto, por turnos, es Vitruvio y Nemrod2.
Y para empezar: ¿qué emplazamientos eligen estas constructoras para su domicilio? Si pasáis por delante de algún pequeño muro de clausura expuesto al mediodía, observad una a una las piedras que no han sido enlucidas, sobre todo las más voluminosas; examinad los bloques de roca que se elevan a escasa distancia del suelo calentados por el ardiente sol hasta la temperatura de una sauna; y quizá, si no os cansáis de la investigación, llegaréis a encontrar el edificio de la Eumenes de Amadeo. El insecto es poco común y vive aislado; encontrarlo es un suceso con el que no hay que contar demasiado. Es una especie africana, amiga del calor que hace madurar la algarroba y el dátil. Sus lugares predilectos son los sitios mejor soleados; el emplazamiento de sus nidos son rocas y piedras inamovibles. También en ocasiones, pero rara vez, imita a la Chalicodoma de los muros y edifica sobre un simple guijarro3.

Mucho más difundida, la Eumenes pomiforme se muestra bastante indiferente a la naturaleza del soporte en el que debe erigirse la celda. Construye sobre los muros, sobre la piedra aislada, sobre la madera de la superficie interior de unas contraventanas que han quedado a medio cerrar; o bien adopta una base aérea, pequeña rama de arbusto o brizna seca de una planta cualquiera. Le vale todo tipo de apoyo. Tampoco se preocupa por estar a cubierto. Menos friolera que su congénere, no rehuye los lugares sin protección y expuestos al viento.
Si se instala sobre una superficie horizontal en la que nada le molesta, el edificio de la Eumenes de Amadeo es una cúpula uniforme, una bóveda esférica en la cima de la cual se abre un pasaje estrecho, justo lo suficiente para el insecto, rematado en un cuello graciosamente ensanchado. Recuerda la cabaña redonda del esquimal, o bien la de los antiguos gaélicos, con su chimenea central. El diámetro es más o menos de dos centímetros y medio, y la altura de dos centímetros. Si se apoya sobre una superficie vertical, la construcción conserva la forma de bóveda, pero el pasillo de entrada y de salida se abre lateralmente hacia arriba. El suelo de este apartamento no exige trabajo alguno, formado como está por la piedra desnuda.
Sobre la localización elegida, el constructor levanta primero un recinto circular de tres milímetros de espesor aproximadamente. Cemento y pequeñas piedras son el material empleado. Sobre algún sendero bien apisonado o alguna carretera cercana, en sus puntos más secos, los más duros, son los que el insecto escoge como cantera para la extracción. Raspa con las puntas de sus mandíbulas; el escaso polvo recogido es embebido en saliva y la mezcla se convierte en un auténtico cemento hidráulico que fragua rápidamente y deja de ser vulnerable al agua. Las abejas Chalicodoma nos han mostrado ya una explotación semejante de los caminos batidos y del pavimento compactado por el rodillo del peón caminero. A todos estos constructores a cielo abierto, que levantan sus monumentos expuestos a las inclemencias del clima, les hace falta un polvo de lo más árido, si no, el material, humedecido ya por el agua, no se embebería convenientemente del líquido que debe proporcionarle cohesión, y el edificio quedaría en breve arruinado por las lluvias. Poseen el discernimiento del yesero que rechaza el yeso alterado por la humedad. Más tarde veremos a los que construyen bajo cubierta evitarse este penoso trabajo de rascado del empedrado y preferir la tierra fresca convertida ya en pasta con su sola humedad. Cuando la cal vulgar es suficiente, uno no se mete en gastos para comprar cemento romano. Ahora bien, la Eumenes de Amadeo necesita un cemento de primera calidad, mejor todavía que el de la Chalicodoma de los muros, porque la obra, una vez acabada, no recibe la espesa cubierta con la que esta protege su grupo de celdas. La constructora de cúpulas, en la medida de sus posibilidades, también utiliza la carretera como cantera.
Además de mortero, necesita ladrillos. Estos son gravillas de un volumen más o menos constante, el de un grano de pimienta, pero de forma y naturaleza sumamente diferentes según el lugar de extracción. Los hay angulosos, con facetas definidas por fracturas azarosas; los hay redondeados, pulidos por el rozamiento bajo las aguas. Unos son calizos, otros de material de sílice. Los guijarros preferidos, cuando la proximidad del nido lo permite, son pequeñas pepitas de cuarzo lisas y translúcidas. Estos ladrillos son escogidos con minucioso cuidado. El insecto los sopesa, por decirlo así, los mide con el compás de las mandíbulas y no los acepta sino después de haber comprobado que tienen el volumen y la dureza requeridas.
Un recinto circular, decimos, es esbozado sobre la roca desnuda. Antes de que el mortero agarre, lo que no tarda mucho, el albañil encaja algunos ladrillos en la blanda masa a medida que avanza el trabajo. Los sumerge hasta la mitad en el cemento, de manera que los guijarros sobresalgan suficientemente y no penetren hacia el interior, donde la pared debe quedar lisa para una cómoda instalación de la larva. Un poco de enlucido suaviza a necesidad las protuberancias interiores. El trabajo de los ladrillos, sólidamente empotrados, se alterna con el trabajo del mortero puro, cada capa del cual recibe su revestimiento de pequeñas piedras incrustadas. A medida que se eleva el edificio, el constructor inclina un poco la obra hacia el centro y fabrica la curvatura de la que resultará la forma esférica. Nosotros utilizamos andamiajes cimbrados en los que durante la construcción reposa la mampostería de una bóveda; más audaz que nosotros, la avispa Eumenes edifica su cúpula sobre el vacío.
En la cima se practica un orificio redondo, y sobre este orificio se eleva, hecha de cemento puro, una boquilla ensanchada. Se podría tomar por el gracioso brocal de algún jarrón etrusco. Cuando la celda está aprovisionada y el huevo ha sido puesto, esta embocadura se cierra con un tapón de cemento; y en este tapón se encaja un pequeño guijarro, uno solo, no más: el ritual es un sacramento. Esta pieza de arquitectura rústica no tiene nada que temer de los temporales; no cede a la presión de los dedos y resiste al cuchillo que pretende desprenderlo sin reducirlo a pedazos. Su forma redondeada y su exterior erizado de gravas recuerdan ciertos crómlech de los tiempos antiguos, ciertos túmulos con la cúpula salpicada de bloques ciclópeos.
Este es el aspecto que presenta el edificio cuando la celda está aislada; pero casi siempre, a su primera cúpula el himenóptero adosa otras cinco, seis y más, lo cual acorta la faena al permitir utilizar la misma pared para dos cámaras contiguas. La elegante regularidad del principio desaparece, y el conjunto forma una agrupación en la que a primera vista no se percibe más que una mota de barro seco sembrado de pequeñas piedras. Examinemos de cerca el informe amasijo. Reconoceremos el número de piezas que componen el alojamiento por las embocaduras ensanchadas que se distinguen claramente, provistas cada una de ellas de su guijarro obturador encajado en el cemento.

Para construir, la Chalicodoma de los muros emplea el mismo método que la Eumenes de Amadeo: en los lechos de cemento encastra, por el interior, pequeñas piedras de menor volumen. Su obra es al principio una torreta de técnica rústica, pero no sin gracia; después, al yuxtaponerse las celdas, la construcción degenera en un bloque que no parece obedecer ninguna norma arquitectónica. Además, la abeja albañila cubre el macizo de celdas con una capa espesa de cemento bajo la cual desaparece el edificio de piedras del comienzo. La avispa Eumenes no recurre a este enlucido sobre el conjunto, tan sólida es su estructura; deja al descubierto el revestimiento de pedrería, así como el acceso a las cámaras. Los dos tipos de nido, aunque construidos con materiales semejantes, se distinguen con facilidad el uno del otro.
La cúpula de la avispa Eumenes es una labor de artista, y el artista lamentaría ocultar su obra maestra bajo el encalado. Que se me excuse una sospecha que expongo con toda la reserva que impone una materia tan delicada. ¿No podría ser que el constructor de crómlechs se deleitase en su creación, que la contemplase con cierto cariño y experimentase satisfacción ante este testimonio de su saber hacer? ¿No tendrá el insecto su sentido de la estética? Al menos, me parece entrever en la avispa Eumenes una propensión al embellecimiento de su obra. El nido tiene sobre todo que ser un habitáculo sólido, una caja fuerte inexpugnable; pero si la ornamentación interviene sin comprometer la resistencia, ¿será indiferente a ello el obrero? ¿Quién se atrevería a decir que no?
Expongamos los hechos. El orificio de la cima, si se redujese a un simple agujero, sería tan adecuado como una puerta elaborada: la entrada y la salida del insecto no serían más difíciles; ganaría por el ahorro de trabajo. Pero, por el contrario, es el brocal de curva elegante de un ánfora, digna del torno de un alfarero. Un cemento de primera calidad y un trabajo esmerado son necesarios para la confección de su delgada lámina de boca ancha. ¿Por qué estos refinamientos si al constructor no le preocupa más que la solidez de su obra?
Otro detalle. Entre las gravas utilizadas en el revestimiento exterior de la cúpula predominan los granos de cuarzo. Este está pulido, es translúcido; la cosa reluce un tanto y complace a la mirada. ¿Por qué esta preferencia por los cantos rodados sobre las esquirlas de caliza cuando los dos tipos de material se encuentran en igual abundancia en los alrededores del nido?
Un gesto más notable todavía: es bastante frecuente encontrar, incrustados sobre el domo, algunas pequeñas conchas vacías de caracol blanqueadas al sol. Uno de nuestros moluscos de menor tamaño, el Helix estriado4, frecuente sobre las pendientes áridas, es la especie escogida habitualmente por la avispa Eumenes. He visto nidos en los que este molusco sustituía casi por completo a la gravilla. Se diría que son cofrecitos de conchas, la labor de una mano paciente.
Aquí se presenta una analogía. Algunas aves de Australia, especialmente del género Chlamidera, se construyen unos pasillos cubiertos, unos chalets de recreo, con ramajes entrelazados. Para decorar las dos entradas de la pérgola el pájaro deposita sobre el umbral todo lo que puede encontrar de reluciente, de pulido o de vivamente coloreado. Cada una de las antesalas es un gabinete de curiosidades en el que el coleccionista acumula pequeñas piedras lisas, conchas variadas, caracoles huecos, plumas de papagayo u osamentas que acaban pareciendo bastoncillos de marfil. Las baratijas extraviadas por el humano se encuentran en el museo del ave. Se ven allí caños de pipa, botones de metal, jirones de algodón o piedras de hacha.
A la entrada de cada chalet, la colección es lo suficientemente abundante como para llenar medio celemín. Puesto que estos objetos no son de utilidad alguna para el ave, el motivo que les lleva a acumularlos no puede ser más que la satisfacción de una afición. Nuestra urraca vulgar tiene gustos análogos: recoge cualquier objeto brillante que encuentra y se aleja para esconderlo, haciendo de ello un tesoro.
¡Y bien!, la avispa Eumenes, apasionada ella también por el guijarro reluciente y el caracol vacío, es Chlamidera entre los insectos; pero, coleccionista mejor informado, capaz de maridar lo útil con lo agradable, se sirve de sus hallazgos para la construcción de su nido, fortaleza y museo al mismo tiempo. Si encuentra pepitas de cuarzo translúcido, desdeña lo demás: de esta manera el edificio resultará más bonito. Si encuentra una pequeña concha blanca, se apresura a embellecer su cúpula con ella; si la fortuna le sonríe, si abunda el molusco hueco, los incrusta por todo el edificio, superlativa expresión, entonces, del gusto por su afición. ¿Es realmente así o no? ¿Quién lo decidirá?
El nido de Eumenes pomiformis alcanza el tamaño de una cereza mediocre. Se edifica en mortero puro, sin ningún empedrado externo. Su estructura responde exactamente a la que acabamos de describir. Si se levanta sobre una base horizontal de suficiente anchura, es un domo con un cuello central ensanchado en brocal de vasija. Pero cuando el apoyo se reduce a un punto —sobre la rama de un arbusto, por ejemplo—, el nido deviene cápsula esférica, rematada siempre con un cuello, por supuesto. Entonces tenemos, en miniatura, una especie de alfarería exótica, un botijo panzudo. Es de un espesor mediocre, casi como una hoja de papel; queda aplastado, además, al menor esfuerzo con los dedos. El exterior es ligeramente desigual. Se perciben rugosidades, cordones, consecuencia de las diferentes bases de mortero, o también protuberancias nudosas distribuidas casi concéntricamente.
Dentro de sus estuches, cúpulas o ampollas, los dos himenópteros amontonan orugas. Presentemos aquí un listado del menú. A pesar de su monotonía, estos documentos tienen su valor: al que quiera ocuparse de las avispas Eumenes le permitirán reconocer los límites dentro de los cuales el instinto cambia de régimen según los tiempos y los lugares. El servicio es copioso, pero sin variedad. Se compone de orugas de talla minúscula; me refiero con esto a larvas de pequeñas mariposas. La forma lo deja claro; en la presa adoptada por uno y otro himenóptero se distingue la estructura de las orugas. El cuerpo está compuesto de doce segmentos, sin contar la cabeza. Los tres primeros tienen patas verdaderas, los dos siguientes son ápodos; vienen después cuatro segmentos con falsas patas. Es exactamente la organización que nos ha mostrado el gusano gris de la avispa Ammophila5.
La inspección de las orugas encontradas en el nido de la Eumenes de Amadeo aparece mencionada así en mis viejas notas: cuerpo de un verde pálido, o más raramente amarillento, erizado de pelos cortos y blancos; cabeza más ancha que el segmento anterior, de un negro mate, igualmente erizado de cerdas. Longitud entre 16 y 18 mm, anchura alrededor de 3 mm. Algo más de un cuarto de siglo ha transcurrido desde que tracé este amago de descripción; y hoy, en Serignan, vuelvo a encontrar en la despensa de Eumenes las mismas piezas que había reconocido en otro tiempo en Carpentras. Los años y la distancia no han modificado las dietas.
Me es conocida una excepción, solo una, a esta fidelidad al régimen de los ancestros. Mis datos hacen mención de una única pieza bastante diferente de las que le acompañan. Es una oruga del grupo de las agrimensoras5, con tres pares de falsas patas nada más, situadas en los anillos 8º, 9º y 12º. El cuerpo es un tanto más delgado en ambos extremos, estrangulado en la unión de los diferentes segmentos, de un verde pálido con finas vetas negruzcas visibles con la lupa, y algunos pelos negros dispersos. Longitud de 15 mm, anchura de 2 ½ mm.
De manera similar, Eumenes pomiformis tiene sus preferencias. Su presa consiste en pequeñas orugas de aproximadamente 7 mm de longitud por 1 ⅓ mm de anchura. El cuerpo es de color verde pálido, con el estrangulamiento en la unión de los anillos muy marcado. Cabeza más estrecha que el resto del cuerpo, con salpicaduras marrones. Unos círculos pálidos, ocelados, se distribuyen sobre los segmentos del medio en dos hileras transversales, y tienen en el centro un punto negro coronado por una cerda igualmente negra. Sobre los segmentos 3º y 4º, así como sobre el penúltimo, cada uno de estos círculos tiene dos puntos negros y dos cerdas. Esto es la norma.
Y esto la excepción, representada por dos piezas del total de mis registros: cuerpo de color amarillo pálido, con cinco bandas longitudinales de color rojo ladrillo y unos cuantos pelos muy escasos. Cabeza y protórax marrones y relucientes, longitud y diámetro como las arriba mencionadas.

La cantidad de piezas suministradas para la comida de cada larva nos importa más que su calidad. En las celdas de la Eumenes de Amadeo encuentro unas veces cinco orugas, otras veces cuento hasta diez, lo que supone una diferencia del doble en cuanto a suministro de víveres, ya que las piezas en ambos casos son exactamente del mismo tamaño. ¿Por qué esta provisión desigual, que proporciona a una larva el doble que a la otra? Los comensales tienen el mismo apetito; lo que un lactante solicita, lo tiene que reclamar un segundo, a menos que haya aquí un menú diferente según el sexo. En estado de madurez los machos son menores que las hembras; tanto en peso como en volumen, representan la mitad. El total de los víveres que debe llevarlos hasta el desarrollo final puede por tanto reducirse a la mitad. Las celdas copiosamente aprovisionadas pertenecen a las hembras, pues; las otras, pobremente abastecidas, pertenecen a los machos.
Pero el huevo se pone después de que se han acumulado las provisiones, y este huevo tiene tal sexo, aunque el examen más minucioso no pueda reconocer en él las diferencias que decidirían de si la eclosión será de un macho o de una hembra. Se llega así por fuerza a esta extraña conclusión: la madre sabe por adelantado el sexo del huevo que va a poner, y esta previsión le permite abastecer la despensa a la medida del apetito de la futura larva. ¡Qué peculiar mundo, tan diferente del nuestro! Invocábamos un sentido especial para explicar la cacería de la avispa Ammophila; ¿qué podremos invocar para dar cuenta de esta intuición del porvenir? Si no es porque las cosas están lógicamente dispuesta en vistas a un fin, ¿de qué manera se ha adquirido esta visión clara de lo invisible?
Las cápsulas de la Eumenes pomiforme están literalmente abarrotadas de presas, bien es verdad que las piezas son de tamaño muy reducido. Mis notas mencionan en una celda 14 orugas verdes, 16 en una segunda. No tengo otros registros sobre el menú íntegro de este himenóptero, al que he descuidado un tanto para estudiar preferentemente a su congénere, el constructor de cúpulas empedradas. Como, no obstante, los dos sexos se distinguen por su corpulencia en menor grado que en el caso de la Eumenes de Amadeo, me inclino a pensar que estas dos celdas tan bien abastecidas pertenecían a hembras, y que las celdas de los machos deben tener un servicio menos espléndido. Al no haber sido testigo, me limito a esta simple sospecha.
Lo que sí he visto, y a menudo, es el nido de guijarros con la larva en el interior y las provisiones en parte devoradas. Continuar la crianza en cautividad con objeto de seguir día a día el progreso de mi pupilo era una tarea a la que no podía renunciar y, además, me parecía de fácil ejecución. Tenía práctica en este oficio de padre adoptivo; mi relación con las avispas Bembix, Ammophila, Sphex, y tantas otras, había hecho de mí un criador pasable. No era novicio en el arte de dividir una vieja caja de plumas en domicilios en los que depositaba un lecho de arena, y sobre este lecho a la larva y sus provisiones, desalojadas previamente con cuidado de la celda materna. El éxito estaba casi asegurado en cada intento; asistía a la comida de las larvas, veía a mis lactantes crecer, y después tejer sus capullos. A partir de la experiencia adquirida, daba por contado que lograría criar a las avispas Eumenes.
Los resultados, sin embargo, no respondían en absoluto a mis expectativas; todos mis intentos fracasaban, la larva se dejaba morir lastimosamente sin tocar sus víveres.

Ponía este fracaso en la cuenta de esto, de aquello, de eso otro: quizá había magullado al tierno gusano al demoler la fortaleza; un cascote de la mampostería lo había lastimado mientras forzaba con el cuchillo la dura cúpula; una insolación demasiado intensa la había sorprendido cuando la sacaba de la oscuridad de su celda; el aire del exterior podía haber desecado su humedad. Todas estas probables causas de mis decepciones las remediaba de la mejor manera que podía. Procedía al allanamiento del domicilio con toda la prudencia posible, proyectaba mi sombra sobre el nido para evitarle al gusano un golpe de sol, trasvasaba instantáneamente provisiones y larva a un tubo de vidrio, introducía este tubo en una caja que llevaba en las manos para suavizar los vaivenes del trayecto. Nada resultaba: la larva, fuera de su domicilio, siempre se dejaba morir.
Durante mucho tiempo he insistido en explicarme esta falta de éxito por la dificultad del desalojo. La celda de la Eumenes de Amadeo es un cofre sólido que para ser forzado exige rudeza; de manera que la demolición de semejante construcción entraña incidentes tan variados que siempre se puede suponer alguna magulladura del gusano bajo los escombros. En cuanto a llevarse a casa el nido intacto sobre su soporte para proceder a su apertura con más cuidado del que permite una operación improvisada en pleno campo, no hay ni que pensarlo: este nido reposa casi siempre sobre un bloque inamovible, sobre una piedra gruesa de algún muro. Si no tenía éxito en mis intentos de crianza, era porque la larva había sufrido mientras arruinaba su morada. Parecía una buena razón, y a ella me atenía.
Otra idea apareció al fin, y me hizo dudar de que mis fracasos tuviesen por causa accidentes debidos a la torpeza. Las celdas de Eumenes están atestadas de presas: hay diez orugas en la celda de la Eumenes de Amadeo, una quincena en la de la Eumenes pomiforme. Estas orugas —que sin duda han sido apuñaladas, aunque de una manera desconocida para mí— no están totalmente inmóviles. Las mandíbulas agarran lo que se les presenta, el cuerpo se enreda y desenreda, la mitad posterior asesta golpes de látigo cuando se la acaricia con la punta de una aguja. ¿En qué punto se deposita el huevo en medio de este amasijo bullicioso en el que treinta mandíbulas pueden agujerar, en el que veinte pares de patas pueden desgarrar? Cuando la provisión consiste en una pieza única estos peligros no existen, y el huevo es depositado sobre la víctima, no al azar, sino un en punto juiciosamente escogido. Es de esta manera que la Ammophila hirsuta fija el suyo, por un extremo, en medio del gusano gris, sobre un flanco del primer anillo provisto de falsas patas. El huevo se sostiene sobre la espalda de la oruga, en el lado opuesto a las patas, cuya cercanía no dejaría de presentar riesgos. Por otra parte, el gusano, pinchado en la mayoría de sus centros nerviosos, yace de costado, inmóvil, incapaz de arquear la espalda o de bruscas distensiones de sus últimos anillos. Si las mandíbulas quieren morder, si las patas se estremecen, no encuentran nada a su alcance: el huevo de la avispa Ammophila se encuentra en el lado opuesto. El gusano, desde que eclosiona, puede escarbar en el vientre del gigante con total seguridad.

¡Qué circunstancias tan diferentes las de la celda de Eumenes! Las orugas están imperfectamente paralizadas, quizá porque no han recibido más que un solo pinchazo del aguijón; al ser tocadas por un alfiler se remueven; si las larvas de la avispa las muerde, seguro se retuercen. Si el huevo se pone sobre una de ellas, esta primera pieza será consumida sin peligro, lo admito, a condición de una elección prudente para el punto del primer ataque; pero quedan las demás, no desprovistas de medios de defensa. Que se produzca un movimiento en el montón y el huevo, desplazado de la capa superior, se precipitará en medio de una trampa de patas y de mandíbulas. ¿Qué hará falta para que acabe lastimado? Una minucia; y esta minucia tiene toda la probabilidad de producirse en el montón desordenado de las orugas. Este huevo, cilindro diminuto, hialino como el cristal, es de una delicadeza extrema: un roce lo estropea, la menor presión lo aplasta.
No, no lo encontraremos en el amasijo de las presas, porque las orugas, insisto en ello, no son suficientemente inofensivas. Su parálisis es incompleta, como demuestran sus contorsiones cuando las irrito, como testimonia, por lo demás, un hecho de una gravedad excepcional. Me ha ocurrido extraer, de una celda de la Eumenes de Amadeo, algunas piezas medio transformadas en crisálidas. La transformación, es evidente, se había realizado dentro mismo de la celda y, en consecuencia, después de la operación que el himenóptero les había practicado. ¿En qué consiste esta operación? Al no haber podido contemplar al cazador en la faena, no lo conozco de manera precisa. El aguijón, con bastante seguridad, había intervenido en el asunto, pero ¿dónde?, ¿cuántas veces? Esto es lo que ignoro. Lo que se puede afirmar es que el letargo no es muy profundo, puesto que el paciente conserva a veces bastante vitalidad para despojarse de su piel y convertirse en crisálida. Así que todo conduce a plantearnos la pregunta acerca de la estrategia utilizada para poner al huevo a salvo del peligro.
Esta estrategia he deseado conocerla ardientemente, sin echarme atrás por la escasez de los nidos, las búsquedas arduas, los golpes de sol, el tiempo empleado o los allanamientos en vano de celdas inadecuadas; he querido ver y he visto. He aquí el método. Con la punta de un cuchillo y unas pinzas, practico una abertura lateral, una ventana, bajo la cúpula de la Eumenes de Amadeo y la Eumenes pomiforme. Una prudencia meticulosa preside la labor a fin de no herir al recluso. Previamente había atacado el domo por la parte de arriba, ahora lo ataco por un lateral. Me detengo cuando la brecha es suficiente y permite ver lo que sucede en el interior.

¿Qué es lo que sucede…? Hago aquí un alto para permitir al lector concentrarse e imaginar por él mismo un medio de preservación que proteja al huevo, y más tarde al gusanillo, en las peligrosas circunstancias que acabo de describir. Buscad, planead, meditad vosotros, que tenéis el ingenio inventivo. ¿Os ponéis en situación? Quizá no. Mejor que os lo cuente.
El huevo no es depositado sobre los víveres; está suspendido del tejado de la bóveda por un filamento que rivaliza en sutileza con la tela de una araña. Al menor soplo el delicado cilindro temblequea, oscila; me recuerda al famoso péndulo suspendido de la cúpula del Panteón para demostrar la rotación de la tierra. Los víveres se amontonan debajo.
Segundo acto de este espectáculo maravilloso. Para asistir a él abramos una ventana en unas celdas hasta que la buena fortuna quiera sonreírnos. La larva ya ha eclosionado y está crecidita. Igual que el huevo, está suspendida en vertical, por la parte posterior, del techo del alojamiento; pero el hilo de suspensión ha aumentado su longitud y se compone del filamento primitivo prolongado con una especie de cinta. El gusano está comiendo: cabezabajo, escarba en el vientre flácido de una de las orugas. Con una brizna de paja palpo un poco la pieza todavía intacta. Las orugas se agitan, y al punto el gusano se retira de la contienda. ¡Cómo! Una maravilla se añade a otra: lo que yo tomaba por un cordón plano, por una cinta añadida al extremo inferior del suspensorio, es una funda, un forro, una especie de pasillo de subida por el cual el gusano repta marcha atrás y asciende. Los restos del huevo, que se ha mantenido cilíndrico y ha sido prolongado quizá por un trabajo especial del neonato, conforman este canal de refugio. Al menor indicio de peligro junto al montón de orugas, la larva realiza una retirada en su vaina y remonta hasta el techo, donde la agitada marabunta no puede alcanzarlo. Una vez restablecida la calma, se deja resbalar por su estuche y se vuelve a sentar a la mesa, la cabeza hacia abajo sobre los manjares, el trasero en alto y listo para recular.
Tercer y último acto. Se ha adquirido fuerza; la larva tiene el vigor suficiente para no espantarse ante los movimientos de la grupa de las orugas. Por lo demás, estas, marchitas por el ayuno, lánguidas por un letargo prolongado, son cada vez más incapaces de defenderse. Los temores del tierno recién nacido son sucedidos por la seguridad del adolescente robusto; y el gusano, desdeñando en lo sucesivo su vaina de ascensión, se deja caer sobre las presas restantes. Así concluye el festín en su forma ordinaria.
Esto es lo que he visto en los nidos de una y otra avispa Eumenes, esto es lo que he mostrado a unos amigos todavía más sorprendidos que yo por la ingeniosa táctica. El huevo suspendido del techo, alejado de los víveres, no tiene nada que temer de las orugas que se remueven allá abajo. El gusano recientemente eclosionado, cuyo cordón suspensorio se ha reforzado con la vaina del huevo, llega hasta la pieza, la ataca prudentemente. Si hay peligro remonta hasta la bóveda retrocediendo dentro de la funda. Ahora se explica el fracaso de mis primeros intentos. Ignorante del hilo de salvamento, tan pequeño, tan fácil de romper, yo recogía unas veces el huevo, otras a la joven larva, cuando mi allanamiento, empezado desde lo alto, los había hecho desplomarse en medio de las provisiones. Puestos en contacto directo con la peligrosa presa, ni el uno ni la otra podían prosperar. Si alguno de los lectores a los que apelé hace un momento planeó mejor que la avispa Eumenes, que tenga la gracia de instruirme: se podría establecer una curiosa comparación entre las inspiraciones de la razón y las del instinto.

Notas
↑ * Suborden o Superfamilia— En los órdenes Blattodea, Hymenoptera y Lepidoptera, para agrupar las familias hemos preferido usar las superfamilias en lugar de los subórdenes.
↑ * Katamenes arbustorum (Panzer, 1799), en la nomenclatura actual.
↑ 1. Bajo este nombre confundo tres especies, a saber: Eumenes pomiformis Fabricius, E. bipunctis* de Saussurre y E. dubius de Saussurre. Al no haberlas distinguido en mis primeras investigaciones, que datan ya de bien lejos, me resulta imposible a día de hoy enlazar cada una de ellas con el nido que le corresponde. Como comparten los mismos hábitos, esta confusión no supone un inconveniente en el orden de ideas de este capítulo. (N. del A.) (*) Eumenes papillarius (Christ, 1791), en la nomenclatura actual.
↑ 2. Marco Vitruvio Polión (c. 80 a.C- c. 15 a.C), fue un arquitecto romano. De su tratado De architectura procede el conocimiento que tenemos a día de hoy de las técnicas de construcción de la antigüedad clásica.
Nemrod, o Nimrod, es un personaje, tataranieto de Noé, que aparece descrito en la Biblia como un poderoso cazador. Su realidad histórica no está del todo asentada.
↑ 3. Fabre se ha ocupado de las abejas Chalicodoma en el capítulo 20, "Las abejas Chalicodoma", de la primera serie de sus Recuerdos entomológicos.
↑ 4. "Hélice striée", en el original; a partir de Helix striata Draparnaud, 1805; Candidula unifasciata (Poiret, 1801), en la nomenclatura actual.
↑ 5. Habla de ellos en los capítulos 2, "La Ammophila hirsuta", y 3, "Un sentido desconocido. El gusano gris", de esta misma 2ª serie de los Recuerdos entomológicos.
Fuentes
- Traducción propia a partir de:
- Fabre, Jean-Henri (1882). “Les eumènes”, en Souvenirs entomologiques, deuxième série. Édition définitive illustrée. Delagrave, 1921. París. (Biodiversity Library Heritage)
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