La libélula y el nenúfar
La libélula y el nenúfar

I
El arroyo discurría entre árboles y arbustos verdes. A lo largo de sus orillas se erguían altos juncos que le susurraban al viento. El nenúfar flotaba en medio del agua con sus hojas anchas y verdes.
Por lo general el arroyo estaba bastante tranquilo. Pero cuando el viento se daba una vuelta por su superficie, como a veces sucedía, entonces los juncos crujían, los nenúfares se hundían en el agua y sus hojas se levantaban en el aire de un lado o del otro, de manera que a los gruesos tallos que subían desde el fondo les costaba sujetarlos con firmeza.

Larva de libélula
by Tim Jacobs – CC BY 3.0
La larva de la libélula se pasaba el día arriba y abajo reptando por el tallo del nenúfar.
—¡Válgame dios, qué aburrido tiene que resultar ser un nenúfar! —dijo levantando la mirada hacia la flor.
—Hablas de cosas que no entiendes —replicó el nenúfar—. Es precisamente lo más placentero que hay en el mundo.
—Sí, no lo entiendo— dijo la larva. Yo preferiría verme libre, y en este mismo momento volaría por los aires como las enormes y encantadoras libélulas.
—¡Bah!— dijo el nenúfar.— ¡Bonito placer sería ese! No, tumbarse tranquilamente en el agua y soñar, disfrutar del sol y dejarse mecer por las olas de vez en cuando; eso es lo que tiene sentido.
La larva permaneció un rato sentada, pensando.

—Yo aspiro a algo más elevado —dijo por fin. —Si pudiera, me convertiría en libélula. Con mis grandes alas estiradas volaría por encima del agua, besaría tu flor blanca, descansaría un segundo sobre tus hojas y después echaría otra vez a volar.
—Eres ambicioso— contestó el nenúfar—, y eso es de tontos. Uno está seguro de aquello que ya tiene, pero no sabe qué es lo que podría conseguir. Y, por cierto, ¿puedo preguntarte cómo te las arreglarás para convertirte en libélula? No parece que hayas nacido para eso. Para empezar, tendrías que volverte algo más bella, tú, cosa gris y fea.
—Sí, justo eso es lo más lamentable —respondió la larva con tristeza—. Yo mismo no sé cómo podría suceder, pero aún así espero que algún día suceda. Es por eso que me arrastro por allá abajo y me como todos los animalitos que atrapo.
—¡Ah, entonces tú crees que comiendo llegarás a ser algo grandioso! —dijo el nenúfar riendo. —Esa es una manera agradable de mejorar la propia condición.
—Tal vez, pero creo que es el camino más adecuado para mí —exclamó la larva de libélula con tono serio. —Tengo que comer todo el día hasta ponerme gordo y rollizo, y un buen día, así lo espero, toda mi grasa se transformará en alas, con oro sobre ellas, y en todo lo demás que corresponde a una auténtica libélula.
El nenúfar sacudió su cabeza blanca y sabia.
—Abandona esas ideas tontas —dijo—, y aprende a contentarte con lo que te ha tocado. Ahora puedes vivir entre mis hojas tranquilo y en paz, subir y bajar por mi tallo cuantas veces te plazca. Tienes cantidad de comida y ninguna preocupación ni inquietud, ¿qué más puedes pedir?
—Eres de baja condición —contestó la larva —, y por eso no eres capaz de concebir cosas más sublimes. Sea como sea, ¡yo seré libélula! —y luego se arrastró hasta el fondo para atrapar más pequeños insectos y seguir comiendo para hacerse todavía más gordo.
El nenúfar permaneció silencioso sobre el agua, pensando.
—No puedo entender a estos animales —se dijo a sí mismo. —No hacen más que ir de acá para allá del alba al anochecer dándose caza y comiéndose unos a otros sin conocer un momento de paz. Nosotras las flores somos más sensatas. Crecemos con calma y plácidamente unas junto a otras, nos damos baños de sol, bebemos la lluvia y nos tomamos las cosas tal cual vienen. Y yo soy la más afortunada de todas. ¡Cuántas veces no he flotado yo aquí sobre el agua mientras las demás flores sufrían en tierra por la sequía! Nosotras las flores somos de lejos las más felices; pero esto es lo que esos estúpidos animales no alcanzan a ver.
II
Al atardecer, cuando el sol se ponía, la larva de libélula permanecía muy quieta sobre el tallo con las piernas recogidas bajo el cuerpo. Se había comido un montón de insectos y estaba tan gorda que sentía que iba a reventar. Y sin embargo no estaba contenta: meditaba lo que había dicho el nenúfar y no pudo dormir en toda la noche por lo inquieto de sus pensamientos. Tanta reflexión le puso dolor de cabeza, pues era una faena a la que no estaba acostumbrada. También le dolían la espalda y el vientre. Sentía como si fuera a romperse en pedazos y morir allí mismo.
Cuando el día empezó a despuntar no podía aguantarlo más.
—No lo entiendo —dijo desesperada. —Por más que me atormento y preocupo no sé cómo acabará esto. Quizá el nenúfar tiene razón y nunca seré más que una pobre y miserable larva. Pero es terrible pensar así. ¡Ansío tanto convertirme en libélula y volar bajo el sol! ¡Ay, mi espalda, mi espalda! ¡Creo que me muero!
Sintió como si le desgarraran la espalda y gritó de dolor. En ese momento un crujido recorrió los juncos de la orilla del río.
“Es la brisa de la mañana”, pensó la larva. “Al menos, antes de morir quiero ver el sol una vez más”. Y haciendo un gran esfuerzo se arrastró hasta una de las hojas del nenúfar, estiró las piernas y se preparó para morir.
Pero cuando el sol se levantó rojo y redondo por el este, una grieta se abrió de golpe justo en medio de la espalda de la larva; sintió una picazón espantosa, y después como si la apretujaran y comprimieran. ¡No terminaba nunca aquel tormento! Cerró los ojos desconcertada, pero siguió sintiendo que la exprimían y aplastaban. Al final, de repente, se notó libre de todo dolor, y cuando abrió los ojos se encontró flotando en el aire con unas alas turgentes y brillantes, como una hermosa libélula. Sobre la hoja del nenúfar bajo ella reposaba su fea y gris piel de larva.

—¡Hurra! —exclamó la nueva libélula. —¡Mi más dulce anhelo se ha cumplido! —y salió disparada por el aire con tal ímpetu que uno creería que quería volar hasta el fin del mundo.
“Después de todo la criatura se salió con la suya” —pensó el nenúfar—. “Ya veremos si así es más feliz”.
III
Dos días después la libélula volvió volando y se posó sobre la flor del nenúfar.
—¡Oh, buenos días! —dijo el nenúfar. —Al fin te veo de nuevo. Empezaba a pensar que te habías vuelto demasiado fina para pasarte a saludar a tus viejos amigos.
—Buenos días —dijo la libélula. —¿Dónde puedo poner mis huevos?

—Oh, seguro que encuentras algún sitio —contestó la flor. —Siéntate primero un poco, y cuéntame si eres más feliz ahora que cuando eras una larva pequeña y fea que reptaba arriba y abajo por mi tallo.
—¿Dónde pondré mis huevos? Oh, ¿dónde pondré mis huevos? —gritó la libélula, y voló zumbando de un lado para otro dejando un huevo aquí y otro allá, hasta que finalmente, hastiada y agotada, se posó sobre una hoja.
—¿Y bien? —dijo el nenúfar.
—Oh, me iba mejor entonces, mucho mejor —suspiró la libélula. —La luz del sol es deliciosa y es un verdadero placer volar por encima del agua; pero no tengo tiempo para disfrutarlo. Estoy terriblemente ocupada, como te lo cuento. En los viejos días no tenía nada en lo que pensar; ahora tengo tengo que volar por ahí todo el día para poner estos ridículos huevos. No tengo un solo rato libre. Apenas tengo tiempo para comer.
—¿No te lo dije yo? —exclamó triunfante el nenúfar. —¿No profeticé acaso que tu felicidad no duraría demasiado?
—Adiós, papá —dijo la libélula con un suspiro, —no tengo tiempo de escuchar tus chanzas. Tengo unos cuantos huevos más que poner.
Pero justo cuando estaba a punto de echar a volar apareció el estornino.
—¡Qué bonita la pequeña libélula! —dijo. —¡Será un bocado delicioso para mis pequeños!
¡Crunch!, partió a la libélula por la cintura con su pico y se fue volando con ella.
—¡Vaya un escándalo! —gritó el nenúfar con las hojas estremecidas por aquel horror. —¡Esos animales, esos animales! Qué extrañas criaturas. De verdad que valoro mi tranquila y pacífica vida. Yo no hago daño a nadie y nadie quiere hacerme daño. Soy muy afortun…
Y no acabó lo que estaba diciendo, porque en ese momento pasó un bote deslizándose junto a ella.

—¡Oh, que nenúfar tan bonito! —dijo Ellen sentada en la popa. —Lo quiero.
Se inclinó sobre la borda y arrancó la flor de un tirón. Al llegar a casa la puso en un vaso de agua, y allí permaneció tres días junto a otro montón de flores.
—No puedo entenderlo —dijo el nenúfar al cuarto día. —No he tenido mucha mejor suerte que la pobre libélula.
—Las flores están marchitas —dijo Ellen, y las tiró afuera por la ventana.
Y allí quedó el nenúfar, yaciendo con sus pétalos blancos sobre el sucio suelo.

Notas
↑ *
Año: Tenga presente el lector que, por expresa y terminante decisión de los que mandan en este agujero, todas las fechas de la biblioteca Bicheratura están referidas al nacimiento de Sócrates, que es como se cuentan los años en esta república —esto es, van 470 años por delante del país vecino —esto es, ahí fuera mismo en la calle.
La intención inicial de la junta directiva del antro era utilizar esta cronología en toda la Bichoteca. No obstante, tras una acalaroda intervención por parte de este equipo de edición —que está convencido de que sin una cierta connivencia con los usos establecidos no habrá difusión de la obra—, se nos ha dado permiso para que los artículos de la sección Divulgando sean mostrados con la fecha que los simios que los escribieron creían estar viviendo.
↑ * Suborden o Superfamilia— En los órdenes Blattodea, Hymenoptera y Lepidoptera, para agrupar las familias hemos preferido usar las superfamilias en lugar de los subórdenes.
Fuentes
- Versión propia a partir de dos traducciones inglesas:
- “The Water-lily and the Dragon-Fly”, en The Spider, and Other Tales, 1907. Traducción de Alexander Texeira de Mattos (Project Gutenberg)
- “The Dragon-Fly and the Water-lily”, en The Queen Bee, and Other Nature Stories, 1908. Traducción de G. C. Moore Smith (Project Gutenberg)
Comentarios
No hay ningún comentario

Deja un comentario