Intro

Con cierta frecuencia aparecen humanos maravillándose por los hechos y logros de las hormigas. Tienden estos sorprendidos observadores a considerar a las hormigas como una especie de culmen en el desarrollo de las criaturas invertebradas. ¿Tendrá algo que ver el que, al igual que el humano, las hormigas se amontonan en hormigueros que llegan a alcanzar miles y miles de individuos y que desde allí, al igual que los humanos, despliegan una actividad febril e imparable que tiende redes y abre vías de comunicación para que todos los recursos de varios territorios vayan a abastecer sus ciudades/hormigueros…? Cuando el humano ensalza a la hormiga, en el fondo se vanagloria de sí mismo.

Algún día diremos todo lo que pensamos de las hormigas, y entonces ajustaremos cuentas. Entre tanto, dejamos este texto como muestra de que, por lo menos a algunos de los humanos más lúcidos, se les ha ocurrido que quizá, solo quizá, el simio antropoide no sea la criatura más lograda que eructó el caos originario.

Carta de una hormiga esclavista

Carta de una hormiga esclavista

Carta de una hormiga esclavista (Polyergus rufescens), escrita durante su viaje por Europa, a la reina de su hormiguero.

«Mi queridísima madre: Cumpliendo el encargo que me diste de explorar secretamente los hormigueros donde habita el hombre (Formica ferox de nuestros naturalistas subterráneos) paso a contarte brevemente mis impresiones.

Estas hormigas excepcionales, no por lo sabias y cultas, sino por lo voluminosas, viven casi como nosotras, pero con algunas diferencias esenciales que dicen poco en pro de sus instintos y costumbres. En verdad, habitan colosales hormigueros, que llaman ciudades, formados por un dédalo de cámaras familiares y de avenidas y calles comunicantes; pero éstas aparecen llenas de inmundicias, y las viviendas, por carecer de pisos subterráneos donde nosotras nos preservamos del calor, resultan tórridas en verano y glaciales en invierno. En algunas urbes más cultas, los humanos comienzan a asear y adoquinar las calles, aunque no con la perfección de nuestro pariente americano1.

Reconócense diversos tipos de la Formica ferox: la formica agrícola, que remeda a nuestra hermana Aphenogaster barbara (empleo la ridícula y pedante nomenclatura de los hombres), y sobre todo a las ingeniosas Attini de Sudamérica2, que viven de la siembra y recolección de semillas; la hormiga lechera, que, imitando la conducta de muchas hermanas nuestras, se consagra a criar ciertos pulgones monstruosos llamados vacas, a quienes ordeña diariamente; la hormiga hortícola, copiadora servil de nuestro Lasius niger y de otras comunidades de himenópteros, y que se alimenta de frutos y hortalizas; la hormiga azucarera, entregada a la producción y venta del azúcar, como nuestras primas hermanas las abejas y el Myrmecocystus melliger, de Tejas; la hormiga albañila, constructora de casas de cal y canto, que plagia escandalosamente a nuestras parientas las abejas calicodomas; en fin, no falta una casta bélica especial que, siguiendo nuestras huellas, tiene por exclusiva ocupación la guerra, etc.

Hormiga Messor barbarus acarreando espiga

Messor barbarus
by Duarte FradeCC BY 4.0

A propósito de esta singular profesión, he notado un hecho curioso. En vez de combatir para hacer esclavos útiles, como nosotras, cuya piedad llega hasta el punto de apoderarnos exclusivamente de larvas de diferente raza (con que llegadas éstas a la edad adulta ignoran su condición y nos sirven abnegadas y solícitas), los hombres guerrean ferozmente con los de su misma casta, sin más utilidad que el gusto de exterminarse, hacer y devolver prisioneros hambrientos y mutilados y agotar las provisiones alimenticias de la comunidad. Ahora mismo he presenciado con asombro una conflagración general de casi todos los grandes hormigueros de Europa, cuyo resultado ha sido la muerte de diez millones de obreros y la ruina y desolación espantosas de todas las comunidades humanas.

Y a propósito de la guerra, permíteme apuntar cierta extraña contradicción. El homo sapiens —como él se complace en calificarse— posee un cuerpo pacífico y un cerebro belicoso. ¿Concíbese una lombriz dotada de instintos guerreros? Pero como su cuerpo ha perdido la capacidad de modelar en sí mismo las armas de agresión y defensa, el cerebro se ha encargado de suplir la falta, fabricando mortíferas y variadas máquinas aniquiladoras enormemente dispendiosas que arrincona en los momentos de trabajo. ¡Qué contraste con nosotras, que jamás nos separamos de nuestros formidables garfios mandibulares!… Tamaña incapacidad manufacturera de instrumentos orgánicos defensivos ha traído gravísimo inconveniente: el de crear una clase social, sumamente onerosa, de ociosos armados a fin de proteger a los inermes laboriosos. A pesar de lo cual no pasa día sin que ocurran expoliaciones y violencias. ¡Cómo extrañar que seres dotados de irresistibles impulsos depredadores encuentren cómodo y expedito, para matar el hambre, trocar la pesada herramienta del trabajo por el ligero y expedito revólver del atracador!…

Muy ufanos se muestran los representantes de la Formica ferox por haber inventado el vuelo (¡valiente novedad!) algunos millones de años después que los insectos, reptiles, murciélagos y aves. Pero el tal vuelo no pasa de ser un expedito procedimiento de suicidio; deshónranlo además al emplearlo, no para amar en el azul como nosotras, sino para asesinar a mansalva. Desconocen, por consiguiente, el sublime vuelo nupcial de los himenópteros. Mejor harían los aviadores, imitando a nuestras reinas, en cortarse las alas a tiempo y vivir recogidos en su hogar.

Vive cada nación combatiéndose encarnizadamente dentro de sí, en cuanto no tienen extranjeros a quienes expoliar. Todas las clases sociales, como si dijéramos nuestros soldados, obreros y reinas, andan a zarpa la greña. ¡Ahora se descuelgan algunos con imitar el comunismo de las abejas y de las hormigas! ¿Habrá mentecatos? ¡Pues no pretenden instaurar el nuevo régimen, conservando la pluralidad de las hembras, la separación de las familias y la plena libertad del amor!… Nosotras hemos resuelto este pleito hace millones de años, pero con lógica y previsión, es decir, rechazando previamente el individualismo corruptor y delegando en hembra única, nuestra venerada reina, y en algunos machos escogidos, el cuidado de la reproducción de la especie. Y no sentimos las neutras la nostalgia del amor, porque sabemos por experiencia que amor, esclavitud y muerte son la misma cosa3.

Otra costumbre incomprensible me ha chocado sobremanera.

La Formica ferox se educa en escuelas donde le enseñan a hablar y a comprender un poco el Universo. ¡Estudiar para aprender! ¿Hase visto mayor idiotez?… Sin maestros machacones ni negros catedráticos, nosotras sabemos comunicarnos nuestros deseos y emociones, educar a nuestros hijos y esclavos, orientarnos en terrenos desconocidos, distinguir las plantas y animales nocivos de los útiles, emprender sin titubeos largas expediciones de caza y laborar en paz y coordinadamente en pro de la comunidad. Por embarazosa, vil y falaz, despreciamos la lógica racional, que hemos reemplazado por el excelso método de la visión directa o de la intuición, perfección intelectual suprema que nos envidian todos los mamíferos, sin excluir el hombre. Fabre, uno de los pocos amigos que tenemos entre los humanos, ha comparado el instinto con el genio.

En resumen, y con esto concluyo mi larga epístola. Nada trascendental ha resuelto la alimaña humana: discute todavía el enigma del conocimiento y del instinto; comienza sólo a deletrear el mecanismo del Cosmos; desconoce la esencia de la vida y, en el orden práctico y jurídico, ni siquiera ha resuelto los apremiantes problemas de la paz social y del mejor régimen político. Y no se diga del enigma de la muerte. Poco debe preocuparle, no obstante las predicaciones de sus apóstoles, cuando todas las colonias más populosas de la Formica ferox, apenas sacudido el polvo de las ruinas y desecada la sangre, apréstanse para nuevas guerras, infinitamente más cruentas y exterminadoras. La futura contienda —dicen— se resolverá en plena atmósfera, arrojando sobre pueblos inofensivos balones de microbios y de gases asfixiantes.

No deploremos demasiado tan increíble demencia. En los cadáveres humanos hallarán refectorio inagotable muchos insectos de la familia de los muscidos, y regalo y deleite las tribus nómadas de hormigas cazadoras (Myrmecocystus viatitus, Aphenogaster testaceopilosa, Tapinoma erraticum, etc.).

Hormigas saqueando un cementerio

Y como aquí nada tengo que aprender, antes bien mucho que olvidar, retornaré lo antes posible al hormiguero, nuestra amada patria.

Te abraza efusivamente con sus antenas, R. y C.»

Carta de una hormiga esclavista

Notas


 * Año: Tenga presente el lector que, por expresa y terminante decisión de los que mandan en este agujero, todas las fechas de la biblioteca Bicheratura están referidas al nacimiento de Sócrates, que es como se cuentan los años en esta república —esto es, van 470 años por delante del país vecino —esto es, ahí fuera mismo en la calle.
   La intención inicial de la junta directiva del antro era utilizar esta cronología en toda la Bichoteca. No obstante, tras una acalaroda intervención por parte de este equipo de edición —que está convencido de que sin una cierta connivencia con los usos establecidos no habrá difusión de la obra—, se nos ha dado permiso para que los artículos de la sección Divulgando sean mostrados con la fecha que los simios que los escribieron creían estar viviendo.

 * Suborden o Superfamilia— En los órdenes Blattodea, Hymenoptera y Lepidoptera, para agrupar las familias hemos preferido usar las superfamilias en lugar de los subórdenes.

 1.  Polyergus barbatus, que adoquina sus nidos con pequeñas piedrecitas. (N. del A.)

 2.  Admirables hormigas, en cuyos vastos nidos amontonan la pulpa de ciertas hojas machacadas, donde siembran un hongo (Rhocites gongylophora, Möller)*, de cuyas esporas se alimentan. (N. del A.)
* Leucocoprinus gongylophorus, (Alfred Möller) Heim (1957), según la nomenclatura actual. (N. del T.)

 3.  No olvide el lector que la reina está recluida y absolutamente absorbida por las tareas de la maternidad, y que los escasos machos perecen una vez fecundada la reina. En cambio, las obreras pueden vivir muchos años, conforme demostró Lubbock. (N. del A.)