Mosquitos (por Lafcadio Hearn)
Mosquitos (por Lafcadio Hearn)


Aedes aegypti
Con la idea de protegerme, he estado leyendo el libro del Dr. Howard Mosquitos1. Los mosquitos me persiguen. En mi vecindario se dan varias especies, pero solo una de ellas es un tormento serio —una cosa diminuta y aguzada, toda cubierta de motas y mechones plateados. Su pinchazo es intenso como el de una quemadura eléctrica; y el tono de su mero zumbido tiene una lacerante cualidad que presagia la calidad del dolor que está a punto de aparecer —de forma muy parecida a cómo un olor particular sugiere un particular sabor. Encuentro que este mosquito se parece mucho a la criatura a la que el Dr. Howard llama Stegomyia fasciata, o Culex fasciatus2, y que sus hábitos son los mismos que los de Stegomyia. Por ejemplo, es más bien diurno que nocturno, y se vuelve de lo más molesto por la tarde. Y he descubierto que procede del cementerio budista —un cementerio muy viejo— que hay en la parte de atrás de mi jardín.
El libro del Dr. Howard afirma que, en orden a librar a un vecindario de los mosquitos, tan sólo es necesario verter un poco de petróleo, o de aceite de queroseno, en el agua estancada en la que crían. El aceite tiene que ser usado una vez por semana “con una dosis de una onza por cada quince pies cuadrados de superficie de agua, y una cantidad proporcional a esta en las superficies menores”… ¡Pero haga el favor de considerar las circunstancias en mi vecindario!

He dicho ya que mis torturadores proceden del cementerio budista. Delante de casi cada una de las tumbas de ese viejo cementerio hay un receptáculo de agua, o cisterna, llamado mizutamé. En la mayoría de los casos, este mizutamé es simplemente un cavidad rectangular tallada en el ancho pedestal que sirve de soporte al monumento; pero ante tumbas más costosas, que no tienen pedestal para el tanque, se coloca un tanque separado tallado en un solo bloque de piedra, y decorado con un blasón familiar o tallas simbólicas. Delante de una tumba del tipo más humilde, que carece de mizutamé, el agua se pone en cuencos u otras vasijas —porque los muertos tienen que tener agua. También se les ofrecen flores; y ante cada tumba encontrarás un par de cuencos con bambú u otros recipientes con flores; y estos, por supuesto, contienen agua. Hay un pozo en el cementerio que suministra agua para las sepulturas. Siempre que las tumbas son visitadas por los familiares y amigos de los muertos, se vierte agua nueva en los tanques y las copas. Pero como un cementerio viejo de este tipo contiene miles de mizutamé, y decenas de miles de vasijas con flores, el agua de todos estos no se puede renovar de forma diaria; se estanca, y se llena de habitantes. Los tanques más profundos rara vez se secan —la lluvia en Tokio es lo suficientemente intensa para mantenerlos parcialmente llenos durante nueve de los doce meses del año.
Pues bien, es en estos tanques y vasijas con flores que nacen mis enemigos: se elevan por millones desde el agua de los muertos —y de acuerdo con la doctrina budista, quizá algunos de ellos sean reencarnaciones de esos mismos muertos, condenados por los errores cometidos en sus vidas anteriores a la condición de Jiki-ketsu-gaki, o pretas3 bebedores de sangre… De cualquier modo, la perfidia de Culex fasciatus justificaría la sospecha de que algún alma humana maligna ha sido comprimida en ese gimiente trocito de cuerpo.

Pretas, o «Fantasmas hambrientos»
Ahora, volviendo al asunto del aceite de queroseno: puedes exterminar los mosquitos de cualquier localidad cubriendo con una película de queroseno todas las superficies de agua estancada que allí encuentres. Las larvas mueren cuando suben a respirar, y las hembras adultas perecen cuando se acercan al agua a lanzar sus montones de huevos. Y leo en el libro del Dr. Howard que el coste real de librar de mosquitos a un municipio americano de cincuenta mil habitantes ¡no supera los trescientos dólares!…
¡Me pregunto lo que se diría si al gobierno de la ciudad de Tokio —que es agresivamente científico y progresista— se le ocurriera de repente ordenar que todos los contenedores de agua de los cementerios budistas tienen que ser cubiertos con una película de aceite de queroseno a intervalos periódicos! ¿Como podría una religión que prohíbe quitar cualquier vida —incluso la vida que no se ve— acceder a semejante mandato? ¿Podría la piedad filial imaginar siquiera dar consentimiento a la obediencia una orden tal? ¡Por no pensar en el coste, en trabajo y tiempo, que supondría poner aceite de queroseno cada siete días en los millones de mizutamé y las decenas de millones de cuencos con sus flores de bambú que hay en todos los cementerios de Tokio!… ¡Imposible! Para liberar a la ciudad de los mosquitos sería necesario demoler los cementerios antiguos —y eso significaría la ruina de los templos budistas anexos a estos últimos —y eso implicaría la desaparición de tantísimos jardines encantadores, con sus estanques de lotos, sus monumentos con inscripciones sánscritas, sus puentes arqueados, sus arboledas sagradas y sus Budas de extraña sonrisa! Así que el exterminio de Culex fasciatus supondría la destrucción de toda la poética del culto ancestral —¡un precio a pagar demasiado alto, sin duda!

Además, cuando llegue mi hora, me gustaría que me dejaran yacer en algún cementerio budista del viejo estilo —así los fantasmas que me acompañarían serían antiguos, y no se preocuparían de las modas, ni de los cambios, ni de las desintegraciones de Meiji4. Este viejo cementerio de detrás de mi jardín sería un lugar idóneo. Allí todo es bello, una belleza de una extrema y deslumbrante rareza; cada árbol y cada piedra han sido moldeados por algún viejo, viejo ideal que no existe ya en ningún cerebro vivo; ni siquiera las sombras son de este tiempo ni producto de este sol, sino de un mundo olvidado que nunca conoció el vapor, ni la electricidad, ni el magnetismo, ¡ni el aceite de queroseno! Así mismo, en el estruendo de la vieja campana hay un tono de encanto que despierta emociones tan extrañamente lejanas a toda la parte de siglo diecinueve que hay en mí, que, cuando estas, vagas e imprecisas, se remueven, me producen temor —un delicioso temor. Nunca escucho ese ondulante repiqueteo sin volverme consciente de una tensión y un aleteo en la parte abisal de mi espíritu —una sensación como de recuerdos que se esfuerzan en alcanzar la luz que hay más allá de las tinieblas de un millón de millones de muertes y nacimientos. Espero reposar en un lugar desde donde se pueda escuchar esa campana… Y, considerando la posibilidad de ser condenado a la condición de Jiki-ketsu-gaki, quiero tener la oportunidad de renacer en el cuenco de alguna flor de bambú, o en un mizutamé, desde donde podría salir suavemente, cantando mi aguda e hiriente canción, para picar a cierta gente que conozco.


Notas
↑ *
Año: Tenga presente el lector que, por expresa y terminante decisión de los que mandan en este agujero, todas las fechas de la biblioteca Bicheratura están referidas al nacimiento de Sócrates, que es como se cuentan los años en esta república —esto es, van 470 años por delante del país vecino —esto es, ahí fuera mismo en la calle.
La intención inicial de la junta directiva del antro era utilizar esta cronología en toda la Bichoteca. No obstante, tras una acalaroda intervención por parte de este equipo de edición —que está convencido de que sin una cierta connivencia con los usos establecidos no habrá difusión de la obra—, se nos ha dado permiso para que los artículos de la sección Divulgando sean mostrados con la fecha que los simios que los escribieron creían estar viviendo.
↑ * Suborden o Superfamilia— En los órdenes Blattodea, Hymenoptera y Lepidoptera, para agrupar las familias hemos preferido usar las superfamilias en lugar de los subórdenes.
↑ 1. Leland Ossian Howard (1857 – 1950), fue un entomólogo norteamericano que trabajó para el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos. Colaboró en el establecimiento de la entomología económica como disciplina y oficio, en la formulación de leyes para prevenir la introducción de plagas agrícolas, y se interesó por la entomología médica. Fue un especialista en la familia de avispas parásitas Chalcididae, y contribuyó en la introducción de agentes biológicos para el control de plagas. La obra a la que alude el autor es Mosquitoes; how they live; how they carry disease; how they are classified; how they may be destroyed, publicada en New York en 1901 por McClure, Phillips & Co. (N. del T.)
↑ 2. El mosquito Stegomyia fasciata del Dr. Howard no es otro que el famoso Aedes agepyti de la nomenclatura actual, famoso por ser un vector en la transmisión de la fiebre amarilla. (N. del T.)
↑ 3. “Preta” es un nombre de origen sánscrito con el que el hinduismo, el budismo, el taoísmo y la religión popular china describen a una criatura sobrenatural que padece un sufrimiento mayor que el de los humanos, particularmente un grado extremo de hambre y sed. Se ha traducido como “fantasmas hambrientos”, a partir de su adaptación en las tradiciones chinas y del este asiático, aunque en las fuentes tempranas tiene un sentido más amplio. (V. Wikipedia)
↑ 4. Meiji: El periodo en que Hearn escribió este libro. Duró desde el 1868 al 1912, y fue un tiempo en el que Japón se sumergió de lleno en una modernización al estilo Occidental. Por “las modas y los cambios y las desintegraciones de Meiji”, Hearn se lamenta de que este proceso de modernización estaba destruyendo algunas de las cosas buenas de la cultura japonesa tradicional. (N. del E.)
Fuentes
- Versión propia a partir de:
- “Mosquitoes”, en "Insect Studies", en Kwaidan: Stories and Studies of Strange Things (Project Gutenberg)
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