Las hormigas como insectos dominantes

Las hormigas como insectos dominantes

In turba insectorum vastissima prae ceteris Familiis omnium Ordinum eminent Formice numero maximo individuorum, viribus tenacissimis, strenuitate et industria infatigabili atque vitae genere sociali et cultura (ut ita dicam) instinctus naturalis longe praecellente: quibus multisque adhuc aliis virtutibus haec animalcula, ad speciem externam, staturam coloresque exilia et vilia, attentionem Scrutatorum summorum temporum labentium sane meruerunt sibique allexerunt. —Nylander, Adnotationes in Monographiam Formicarum Borealium Europe, 1846.1

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Il n’est pas contestable que le succés soit le criterium le plus général de la supériorité, les deux termes étant, jusqu’a un certain point, synonymes l’un de l’autre. Par succés il faut entendre, quand il s’agit de l’être vivant, une aptitude à se développer dans les milieux les plus divers, a travers la plus grande variété possible d’obstacles, de maniere a couvrir la plus vaste étendue possible de terre. Une espèce qui revendique pour domaine la terre entière est veritablement une espéce dominatrice et par conséquent supérieure. Telle est l’espèce humaine, qui représentera le point culminant de l’évolution des Vertébrés. Mais tels sont aussi, dans la série des Articulés, les Insectes et en particulier certains Hyménoptères. On a dit que les Fourmis étaient maitresses du sous-sol de la terre, comme l’homme est maitre du sol. —H. Bergson, L’Evolution Créatrice, 1908.2

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Pareja de Formica fusca dialogando

Formica fusca
by Philipp Hoenle

Un hecho que se observa comúnmente es que los animales superiores —esto es, aquellos que en su estructura y comportamiento más se parecen a nosotros— son también los que despiertan nuestro más vivo interés; pues, además del interés que tiene su raíz en motivos puramente estéticos o gastronómicos, o en ese atávico amor por la caza tan universal entre hombres sanos, se da otro interés más intelectual que experimentan por igual zoólogos y profanos cuando descubren en su pariente animal más cercano un vago pero inconfundible modelo del cuerpo humano y de sus actividades. Los únicos animales inferiores que desde tiempo inmemorial han despertado un interés similar en el hombre son ciertos insectos —las abejas y avispas sociales, las termitas y las hormigas. Y de estos, lo que atrae tan poderosamente a la imaginación no es la estructura o las acciones de los individuos en cuanto tales, sino los extraordinarios instintos que los compelen a vivir permanentemente en íntima confraternidad. También en este caso, la causa de nuestro interés es un innegable parecido con nuestra propia condición. La reflexión muestra que este parecido no puede ser superficial, sino que tiene que depender de un alto grado de adaptabilidad y plasticidad común al hombre y a los insectos sociales, porque para vivir en comunidades permanentes, un organismo no sólo tiene adaptarse extraordinariamente a cambios en el medio externo, sino que también tiene que presentar una fuerte inclinación a la cooperación, la paciencia y afecto para con los demás miembros de su comunidad. En otras palabras, vivir en sociedades, como las del hombre y los insectos sociales, implica un desplazamiento de tendencias desde un plano egocéntrico a otro sociocéntrico, el cual se produce por medio de un incremento notable en la amplitud y precisión de las respuestas del individuo a los estímulos habituales del entorno.

Formica rufa (marabunta)

Formica rufa
by Yehor Yatsiuk

De los cuatro grupos de insectos sociales mencionados aquí arriba, la plasticidad adaptativa alcanza en las hormigas su expresión más rica y audaz. El carácter extraordinario de estas criaturas se aprecia en su justa medida en cuanto nos proponemos compararlas con los demás insectos sociales por un lado, y por el otro con el hombre, el animal social por antonomasia. Es cierto que las hormigas ocupan una posición única entre todos los insectos a cuenta de la preponderancia de su grupo; esta preponderancia se expresa, primero, en el elevado grado de diversidad presente en su inmenso número de especies, subespecies y variedades; segundo, en la superioridad numérica de los individuos; tercero, en la amplitud de su distribución geográfica; cuarto, en una longevidad notable; quinto, en su abandono de ciertos estilos de vida súper especializados de los que otros insectos sociales no han sido capaces de emanciparse; y sexto, en sus relaciones diversas con las plantas y otros animales —incluido el hombre.

A las hormigas se las encuentra en todas partes, desde las regiones árticas hasta los trópicos; desde los lindes de los bosques de las montañas más elevadas hasta las cambiantes arenas de las dunas y las costas; y desde los bosques más húmedos hasta en los desiertos más áridos. No solo superan en número a cualquier otro animal terrestre, sino que, más allá todavía, sus colonias, incluso en localizaciones muy bien delimitadas, a menudo desafían cualquier recuento. Estas colonias, además, son extraordinariamente estables, y en ocasiones sobreviven a una generación humana. Semejante estabilidad, por supuesto, se debe a la longevidad de las hormigas individuales, pues se sabe que las hormigas obreras viven entre cuatro y siete años, y las reinas entre trece y quince. En todos estos puntos, los demás insectos sociales son sin duda inferiores. Las colonias de avispas y abejorros no solo son, más bien, una rara ocurrencia, sino que son simplemente brotes de un año. Las abejas, además, viven muy poco, las obreras solo unas semanas o unos meses, las reinas no más que unos pocos años. Las termitas, aunque quizá más longevas que abejas y avispas, están prácticamente confinadas a áreas muy delimitadas de los trópicos. Solo unas pocas especies han sido capaces de extender su ámbito a las regiones templadas.

Lasius americanus (con pulgones)

Lasius americanus
by Adrienne van den BeemtCC BY 4.0

En efecto, no sólo han superado en número de especies, y de lejos, a todos los demás insectos sociales, tampoco han adquirido nunca —o han abandonado completamente— ciertos hábitos que, para las termitas y avispas y abejas sociales, deben ser una seria desventaja en la lucha por la existencia. Las hormigas no restringen su dieta, como las termitas, a sustancias mucho menos nutritivas en comparación, como es el caso de la celulosa; tampoco, como hacen las abejas, a unas pocas sustancias como el néctar y el polen de las efímeras flores —y tampoco construyen elaborados panales con materiales tan costosos como la cera. Incluso el uso del papel como material de construcción ha sido superado y abandonado por las hormigas. Las celdas de cera y de papel no se pueden modificar ni reparar con facilidad, y los insectos casados con este tipo de arquitectura no solo tienen que emplear mucho tiempo y energía recolectando y trabajando sus materiales de construcción, sino que les resulta imposible trasladarse ellos mismos o a su nidada a otros emplazamientos cuando el nido es perturbado, cuando la humedad o la temperatura se vuelve inadecuada, o cuando falla el suministro de víveres. La costumbre de contar con una sola reina fértil como centro u órgano reproductivo de la colonia también ha sido superada por muchas hormigas. Al menos las especies más predominantes y exitosas han aprendido a cuidar a un número de estos individuos fértiles dentro de una colonia. Para terminar, las múltiples y plásticas relaciones de las hormigas con las plantas y otros animales se hallan en marcado contraste con las relaciones etológicas de las abejas y avispas sociales —éstas profundamente circunscritas y especializadas. Las termitas, sin duda, en cuanto a plasticidad, son las que más cerca están de parecerse a las hormigas, pero los minuciosos estudios de Grassi y Sandias, Sjöstedt, Froggatt, Silvestri, Heath, y otros, han demostrado que también estos insectos tienen un desarrollo altamente especializado o unilateral. Donde mejor se aprecia esto es en su extrema sensibilidad hacia la luz, ya que este rasgo las confina a una existencia subterránea y les cierra las puertas a muchas de las influencias que aporta un entorno más diverso e iluminado.

Apenas caben dudas sobre que las hormigas han llegado a predominar gracias a sus hábitos exquisitamente terrestres, un hecho que Espinas (1877), según creo, fue el primero en señalar. Dice él: “Las hormigas deben su superioridad a su vida terrestre. Esta afirmación puede parecer paradójica, ¡pero consideremos las ventajas excepcionales que proporciona el medio terrestre, comparado con el aéreo, a la hora de desarrollar sus facultades intelectuales! En el aire tenemos los prolongados vuelos sin obstáculos, los viajes vertiginosos lejos de cuerpos reales, la inestabilidad, el vagar por los alrededores, el inacabable olvido de las cosas y de uno mismo. Sobre la tierra, por el contrario, no se produce un movimiento que no sea un contacto y que no aporte alguna información precisa, no hay viaje que no deje alguna reminiscencia; y como estos viajes están determinados, es inevitable que una porción de aquel suelo que se recorre una y otra vez quede registrado, junto con sus recursos y sus peligros, en la imaginación del animal. De esto resulta una comunicación más cercana y mucho más directa con el mundo externo. El empleo de la materia, además, le resulta más sencillo a un animal terrestre que a uno aéreo. Cuando es necesario construir, este último, o bien tiene que secretar la sustancia para sus nidos, como la abeja, o ir a buscarla a cierta distancia, como hace también la abeja cuando recolecta el propóleo, o la avispa cuando acumula materiales para su papel. El animal terrestre tiene sus materiales de construcción bien al alcance de las manos, y su arquitectura puede ser tan diversa como estos materiales. Las hormigas, por tanto, deben su superioridad social y técnica a su hábitat”.

Pogonomyrmex barbatus pelea con Novomessor cockerelli

Pogonomyrmex barbatus vs. Novomessor cockerelli
by Jonghyun ParkCC BY 4.0

El predominio de las hormigas queda claramente reflejado en el reducido número de sus enemigos. En comparación, son pocos los animales a los que sirven de presa, unos cuantos mamíferos, aves, reptiles, insectos parásitos y otras hormigas.3 Y a pesar de que su sobreprotector instinto para con su progenie puede ser objeto de mucho abuso por sus varios invitados y comensales, las hormigas adultas, en las regiones templadas al menos, disfrutan de una inmunidad singular. Las peculiares y ampliamente difundidas modificaciones defensivas de los tegumentos de aquellos animales más frecuentemente expuestos al ataque de las colonias de hormigas pueden también ser percibidas como un signo adicional de su prevalencia Las escamas de los reptiles, las plumas de los pájaros y los pelos de los mamíferos y orugas se insinúan por sí mismos como tales adaptaciones protectoras. En cualquier caso, sería difícil concebir unas estructuras más adecuadas a la hora de proteger a los animales arborícolas y terrestres contra el ataque de estos insectos ubicuos.

Ciertas semejanzas muy llamativas entre las sociedades humanas y las de las hormigas están implicadas en el hecho ya mencionado de que las comunidades animales, para merecer el apelativo de sociedades, deben tener ciertos rasgos en común. En efecto, los parecidos entre los hombres y las hormigas son tan conspicuos que fueron ya observados incluso por los pensadores aborígenes. El folclore, la poesía antigua y la filosofía muestran a las hormigas como una fuente pertinaz de símiles para expresar la ferviente actividad y la cooperación entre los hombres. Aunque estos símiles se han vuelto muy manidos a fuerza de repetición, al estudioso científico le cuesta liberarse de los muchos antropomorfismos que sugieren. Se ve forzado a admitir que el predominio social y psíquico de las hormigas entre los invertebrados y de los mamíferos entre los vertebrados constituye un ejemplo muy notable de desarrollo convergente. Y el paleontólogo puede verse inclinado a admitir que esta convergencia tiene una significación más profunda, que de hecho puede ser debida —puesto que hormigas y mamíferos parece que hicieron su aparición simultáneamente en tiempos del Mesozoico—, a algunas condiciones transitorias que favorecieron el surgimiento de formas destinadas a la dominación por medio de unas extraordinarias dotes psíquicas. Cuáles fueron estas condiciones es algo que no tenemos la más nimia esperanza de llegar jamás a conocer. Quizá se las pueda concebir como habiendo promovido mutaciones psíquicas, las cuales son más notables, pero también más oscuras, que las mutaciones físicas que actualmente cautivan la atención de los biólogos.

Lasius flavus transportando huevos negros

Lasius flavus
by Philipp Hoenle

Sea como fuere, existe ciertamente un paralelismo notable entre el desarrollo de las sociedades humanas y el de las sociedades de hormigas. Algunos autores, como Topinard4, distinguen en el desarrollo de las sociedades humanas seis diferentes tipos o estadios, designados como cazador, pastoral, agrícola, comercial, industrial e intelectual. Las hormigas presentan estadios que se corresponden con los tres primeros, tal como Lubbock ha señalado (1894): “Haya o no diferencias en el progreso dentro de los límites una misma especie, ciertamente existen diferencias considerables entre especies diferentes, y uno puede casi fantasear con la posibilidad de trazar etapas que se corresponden con los principales pasos de la historia del desarrollo humano. No me refiero ahora a las hormigas esclavistas, que representan un estado anormal, o quizá solo temporal, de las cosas; pues la esclavitud parece tender, tanto en las hormigas como en los hombres, a una degradación de aquellos que la adoptan, y no es imposible que las especies esclavistas se vean eventualmente incapaces de competir con aquellas otras más autosuficientes y que han alcanzado un nivel más elevado de civilización. Pero haciendo a un lado a estas hormigas esclavistas, en las diferentes especies de hormigas encontramos diferentes condiciones de vida, las cuales responden curiosamente a las etapas iniciales del progreso humano. Por ejemplo, algunas especies, tales como Formica fusca, viven principalmente del producto de la caza; porque aunque se alimentan parcialmente de la melaza de los áfidos, no han llegado a domesticar a estos insectos. Estas hormigas retienen probablemente los hábitos que fueron una vez comunes a todas las hormigas. Se parecen a las razas humanas del estadio inferior, que subsisten principalmente mediante la caza. Igual que ellos, frecuentan los bosques y las zonas agrestes y viven en comunidades comparativamente pequeñas, ya que los instintos para la acción colectiva no están sino escasamente desarrollados entre ellos. Cazan individualmente y sus batallas son combates singulares, como los de los héroes homéricos. Especies tales como Lasius flavus representan claramente un tipo más elevado de vida social; muestran mayor talento para la arquitectura, se puede decir literalmente que han domesticado ciertas especies de áfidos, y pueden ser comparadas con la etapa pastoral del progreso humano —con aquellas razas que viven de lo que producen sus rebaños y manadas. Sus comunidades son más numerosas; actúan de manera mucho más concertada: sus batallas no son meros combates singulares, sino que saben cómo actuar de forma combinada. Estoy dispuesto a aventurar la conjetura de que exterminarán a las especies meramente cazadoras, de la misma manera que los salvajes desaparecen ante las razas más avanzadas. Por último, las naciones agrícolas pueden ser comparadas con las hormigas cosechadoras”.

Aunque Lubbock no ha estado del todo afortunado en la selección de especies con las que ilustrar sus puntos de vista, creo que podemos adoptar su conclusión de que entre las hormigas “parece que existen tres tipos principales, los cuales ofrecen una curiosa analogía con tres de las fases mayores del desarrollo humano —los estadios cazador, pastoral y agrícola”. Resulta obvio que un mayor avance del desarrollo hacia los tres restantes estadios del progreso humano —el comercial, el industrial y el intelectual— no aparece ni siquiera esbozado en el caso de las hormigas. Y tampoco sería esto posible ni, en efecto, concebible, sin un pensamiento conceptual ni una apreciación de ciertos valores que las hormigas nunca han alcanzado.

Dadas las semejanzas aquí arriba mencionadas entre las sociedades de hormigas y las humanas, hay, no obstante, tres diferencias de largo alcance entre la organización y desarrollo de los insectos y los humanos que hay que tener constantemente presentes:

1. Las sociedades de las hormigas son sociedades de hembras. Los machos no participan realmente en las actividades de la colonia y, en la mayoría de las especies, se hallan presentes en los nidos solo durante el breve periodo necesario para asegurar la fecundación de las jóvenes reinas. Los machos no participan en la construcción, aprovisionamiento o la protección del nido; tampoco en la alimentación de las obreras ni de la descendencia. Son, en todos los sentidos, el sexus sequior. En esto las hormigas se parecen a ciertas sociedades humanas mitológicas como la de las Amazonas, aunque, a diferencia de estas, todas sus actividades se centran en la multiplicación y cuidado de las generaciones venideras.

2. En la sociedad humana, aparte de las funciones que dependen del dimorfismo sexual, y exceptuando diferencias y deficiencias que pueden ser parcial o completamente suprimidas, igualadas o aumentadas gracias a un elaborado sistema educativo, todos los individuos tienen las mismas dotes naturales. Cada individuo normal conserva intactas sus múltiples necesidades y facultades psicológicas y fisiológicas, y no sacrifican necesariamente ninguna de ellas por el bien de la comunidad. En el caso de las hormigas, sin embargo, los individuos hembra —que, en propiedad, son los que componen la sociedad— no son todos semejantes, sino a menudo muy diferentes, tanto en su estructura (polimorfismo) como en sus actividades (división fisiológica del trabajo). Cada miembro está visiblemente predestinado para ciertas actividades sociales con exclusión de las demás, y no, como es el caso del hombre, a través del cultivo de algunas dotes comunes a todos los miembros de la sociedad, sino a través de las exigencias de su estructura, que ha sido fijada en el momento de la eclosión, i. e., el momento en que el individuo empieza su vida como un miembro activo de la comunidad.

3. Debido a esta estructura preestablecida y a las funciones especializadas que ella implica, las hormigas son capaces de vivir en una condición de socialismo anárquico en el que cada individuo cumple instintivamente con las demandas de la vida social sin “guía, supervisor o gobernante”, tal como observó correctamente Salomón5, aunque no sin la imitación o incitación que cierta estima por las actividades de sus compañeras provocan.

Una sociedad de hormigas, por tanto, puede ser considerada como poco más que una familia ampliada, cuyos miembros cooperan con el propósito de ampliar todavía más la familia y desprender porciones de sí misma con las que fundar otras familias del mismo tipo. De este modo tenemos una llamativa analogía, que no ha pasado desapercibida a los biólogos filosóficos, entre la colonia de hormigas y la colonia de células por la que está constituida el cuerpo de un animal metazoo: y se observa que muchas de las leyes que controlan el origen celular, el desarrollo, el crecimiento, la reproducción y la descomposición del individuo metazoo, son también válidas para la sociedad de las hormigas considerada como un individuo de un orden superior. Como en el caso del animal individual, no es posible descubrir otro propósito en la colonia que el de mantenerse a sí misma frente a un entorno que cambia constantemente hasta llegar ser capaz de reproducir otras colonias con una constitución semejante. A partir de la reina madre de una colonia de hormigas se despliegan las potencialidades generales de todos los individuos, de la misma manera que el huevo del metazoo contiene in potentia todas las demás células del cuerpo. Y, continuando la analogía, podemos decir que, puesto que las diferentes castas de una colonia de hormigas están especializadas morfológicamente para la realización de funciones diferentes, son verdaderamente equiparables a los tejidos diferenciados que encontramos en el cuerpo de un metazoo.

Lasius americanus (reina con huevos)

Lasius americanus reina
by Connor CashmanCC BY 4.0

En conexión con el papel dominante de las hormigas, hay otros dos asuntos que exigen ser considerados, a saber, su importancia en la economía de la naturaleza, y su valor en tanto objetos para el estudio biológico. La consideración de su importancia económica se convierte por sí mismo en una valoración de sus benéficas, nocivas o indiferentes cualidades como competidoras del hombre en su lucha por controlar las fuerzas de la naturaleza. En tanto objetos de estudio biológico, su importancia depende evidentemente de hasta qué punto el estudio de sus actividades puede ayudarnos a analizar y resolver los problemas omnipresentes que representan la vida y la mente.

Las actividades de las hormigas pueden afectar a las del hombre por tres vías diferentes —primero, por sus hábitos alimenticios; segundo, por su costumbre de apropiarse de ciertas porciones de tierra para asentar sus nidos; y tercero, por su agresivo hábito de picar y morder. La primera de estas vías es, de muy lejos, la más importante. Respecto a todas ellas, no obstante, hormigas de especies diferentes tienen un impacto económico muy diferente, siendo algunas altamente beneficiosas y otras altamente perjudiciales para el hombre, mientras que un gran número de ellas, debido a su reducido tamaño o la escasez de sus colonias, pueden ser consideradas, desde un punto de vista económico, como organismos indiferentes o negligibles. Respecto a este asunto, algunos mirmecólogos consideran a las hormigas más nocivas que beneficiosas, mientras que otros mantienen el punto de vista opuesto. Personalmente, creo que una consideración de todos los hechos nos fuerza a admitir, junto a Forel, que en conjunto las hormigas son eminentemente beneficiosas, y que por este motivo muchas especies merecen nuestra protección. Algunas de nuestras especies, no obstante, son ciertamente nocivas, y estas ofrecen una gran resistencia a cualquier medida que se toma para exterminarlas debido a la tenacidad con la que se aferran a sus lugares de anidación, su enorme fertilidad y su restricción de la función reproductiva a una o unas pocas reinas que son capaces de resistir a la destrucción por vivir en los recovecos más inaccesibles de sus nidos.

La mayor utilidad de las hormigas, que reside en su capacidad de acelerar la descomposición de la materia orgánica, se pasa fácilmente por alto o es subestimada, como sucede con todas aquellas grandes fuerzas que actúan de forma muy gradual, pero incesantemente. De los millones de insectos que nacen en el mundo cada año, sin duda muchos son consumidos por vertebrados insectívoros, pero un vasto número consigue sobrevivir hasta que lo ha dejado todo dispuesto para la siguiente generación, y entonces caen a tierra exhaustos. Estos, junto con muchos otros que acaban de abandonar sus envoltorios de pupa, o que por cualquier otra razón son incapaces de escapar, son el alimento natural de la mayor parte de las hormigas. Un vasto número de insectos sin alas o que se hallan en el estado larval, arañas, etc., se convierten de esta manera en la presa de estos omnipresentes y atentos saqueadores. A cualquiera que dude de estas afirmaciones, dejémosle fijar su atención durante una hora en algún populoso hormiguero en un día cálido de verano, y se asombrará del número de insectos muertos e incapacitados que son transportados al interior por las obreras recolectoras. Forel observó que una colonia grande de hormigas introdujo 28 insectos muertos por minuto, y estimó que habrían metido hasta 100.000 diarios durante las horas de mayor actividad. Aunque esta es ciertamente una estimación elevada, y basada en más de 28 por minuto, la mitad o un tercio de esta cantidad, que está bastante dentro de los límites de lo probable, es verdaderamente una cifra enorme. En los trópicos, este consumo diario de insectos debe ser enormemente superior que en las regiones templadas, y aunque las hormigas, por supuesto, no distinguen a la hora de matar entre insectos beneficiosos y dañinos, probablemente se deshacen de una mayor cantidad de estos últimos. Algunos entomólogos economistas, como Taschenberg y Ratzeburg, que han estudiado a las hormigas en las reservas forestales de Alemania, opinan que estas son altamente beneficiosas. Una ley alemana aprobada en 1880 castiga con una multa de cien marcos o un mes de prisión a cualquier persona que recolecte los capullos de la hormiga roja de la madera6, Formica rufa, o que perturbe sin motivo sus nidos en las reservas forestales.

Nido de Formica rufa

Nido de Formica rufa
by Ilkka Kaita-aho

Las hormigas legionarias7 (Dorylus), en los trópicos del Viejo Mundo, y las afines hormigas guerreras8 (Eciton), de las correspondientes regiones de América, no se limitan a recolectar insectos muertos o impedidos. Se mueven en largas filas sobre o bajo la inmediata superficie del suelo y capturan miríadas de insectos vivos, así como las larvas de estos últimos. Son tan eficientes a la hora de exterminar todo tipo de alimañas ­—ratas y ratones incluidos­—, que son bien recibidas en las casas aun a pesar de que sus propietarios se vean obligados a ausentarse por el momento. En algunas regiones, las hormigas son consideradas aliadas útiles cuando se trata de exterminar plagas de insectos en las plantaciones. Según Magowan, citado por McCook (1882): “En muchas partes de la provincia de Cantón donde, según cuenta un escritor chino, los cereales no se pueden cultivar de forma provechosa, la tierra se dedica al cultivo de naranjos, los cuales, al estar sometidos a devastación por parte de los gusanos, requieren que se los proteja de una manera peculiar, a saber, importando hormigas de las colinas vecinas para que destruyan al temido parásito. Los mismos invernaderos de naranjos suministran hormigas que depredan al enemigo de la naranja, pero no en cantidades suficientes; así que se recurre a los pueblos de las colinas, quienes, a lo largo de todo el verano y el invierno, encuentran los nidos suspendidos de las ramas del bambú y de varios tipos de árboles. Se dan dos variedades de hormigas, rojas y amarillas, cuyos nidos parecen bolsas de algodón. Los criadores de las hormigas de los naranjos están provistos con vejigas de cerdo o de cabra que son cebadas con tocino en su interior. Aproximan los orificios de estas a la entrada de los nidos, y cuando las hormigas entran en la bolsa se convierten en una mercancía que se puede vender a los invernaderos de naranjos. Los naranjos se colonizan depositando a las hormigas sobre sus ramas superiores, y para permitirles pasar de árbol en árbol, todos los árboles de un huerto son conectados con una vara de bambú”.

Columna de hormigas Eciton bruchelli

Eciton bruchelli
by David F. BelmonteCC BY 4.0

Hace muchos años McCook sugirió que en nuestro país se podrían introducir hormigas extranjeras para propósitos similares de manera ventajosa. Esta sugerencia fue aparentemente seguida por el Departamento de Agricultura cuando, recientemente, introdujo en Texas a una hormiga de Guatemala, la “kelep” (Ectatomma tuberculatum), con la intención de destruir al muy dañino gorgojo del algodón. Este experimento acabó en fracaso debido a la selección de una especie inadecuada, tal como yo mismo he mostrado (en otro sitio). A pesar de este fracaso, la sugerencia de McCook merece todavía una atenta consideración de parte de los entomólogos economistas.

Los trabajos de excavación de los nidos de las hormigas presentan una faceta muy útil. La mayor parte de las especies, sobre todo en las latitudes templadas, anidan en el suelo, y al actuar de este modo muchas de ellas se ven obligadas a desmenuzar y arrastrar a la superficie, a menudo desde varios pies de profundidad, cantidades considerables de subsuelo. Este es repartido sobre la superficie por los elementos o por las mismas hormigas, y queda expuesto al sol y a la atmósfera. Las madrigueras, además, transportan rápidamente aire y humedad a los recovecos más internos del suelo. De esta manera las hormigas actúan sobre el terreno como las lombrices de tierra, y esta actividad no es de ningún modo despreciable, aunque hasta la fecha no se haya estudiado en detalle. La hormiga de jardín común (Lasius niger), cuyos pequeños cráteres son con frecuencia extremadamente abundantes en grandes extensiones de campo del hemisferio norte, y las grandes especies del género Atta en la América tropical, pueden ser citadas como ejemplos conspicuos de hormigas ocupadas en una continua renovación del suelo.

Cabeza de Atta cephalotes

Atta cephalotes
by Charlie NadeauCC BY 4.0

Hay cierto número de maneras más triviales, pero interesantes, en que las hormigas se muestran útiles al hombre. Los naturalistas más jóvenes las han utilizado a menudo para limpiar los huesos de pequeños vertebrados y los huevos de las aves, simplemente dejándolos cerca de sus nidos. En Europa, los capullos de la hormiga roja han sido cuidadosamente recolectados desde hace tiempo como comida para pájaros. Hace muchos años, el ácido fórmico extraído y destilado de las obreras de esta misma especie tuvo un papel prominente en la farmacopea. En los Estados del Oeste y en México, se les quita las sabandijas a las prendas colocándolas sobre las enormes colinas que forman las hormigas de los géneros Formica y Pogonomyrmex. El Sr. Hatcher encontró a las hormigas de las llanuras occidentales (Pogonomyrmex occidentalis) muy útiles para el coleccionista al traer a la superficie los dientes de los fósiles de pequeños mamíferos. Unas pocas especies, como la hormiga mielera del Sudoeste (Myrmecocystus melliger), son usadas como alimento y con propósitos medicinales por los indios. Las enormes cabezas de los soldados de las hormigas cortadoras de hojas de Sudamérica (Atta cephalotes) han sido utilizadas por los cirujanos nativos para cerrar heridas. Después de unir los dos bordes de una herida y sujetarlos con las mandíbulas, la cabeza de la hormiga se separa del cuerpo y se deja como punto de sutura.

Solenopsis geminata en torno a un grumo en la cocina

Solenopsis geminata
by renjus boxCC BY 4.0

Sin tomar en consideración a muchas de nuestras hormigas por ser económicamente indiferentes, queda no obstante un importante número de especies que son decididamente nocivas para el hombre y para los productos que son el fruto de sus esfuerzos. Las más destacadas de entre estas son las hormigas domésticas, especies pequeñas casi sin excepción, que ocultan sus bulliciosos hormigueros en el interior de la carpintería y mampostería de barcos y viviendas, y buscan su alimento en las sustancias azucaradas y oleaginosas de cocinas, despensas y almacenes. Estas especies son casi todas originales de los trópicos, y algunas de ellas, como la hormiga faraón (Monomorium pharaonis), han sido transportadas vía comercio a todas las regiones habitadas del globo. Otras especies, como Monomorium destructor, Pheidole megacephala, Tetramorium guineense, T. simillimum, Prenolepis longicornis*, Iridomyrmex humilis* y Plagiolepis longipes*, aunque abundantes en los alrededores de las viviendas de los trópicos, son incapaces de sobrevivir en las regiones templadas fuera de los invernaderos. Sólo dos de nuestras especies nativas, la pequeña hormiga ladrona (Solenopsis molesta) y la hormiga carpintera (Camponotus pennsylvanicus), se han vuelto domésticas desde la colonización de Norte América. En sus parajes nativos, esta última especie anida en la madera en descomposición. En domesticidad conserva este hábito, y a menudo causa un daño considerable en vigas y tejados.

Otras especies de hormigas son reconocidas plagas de los jardines. En los Estados Unidos, Lasius americanus, Prenolepis imparis y Formica subsericea estropean a veces los céspedes y los macizos de flores con sus excavaciones y sus deshechos descontrolados, mientras que en América tropical las hormigas cortadoras de hojas del género Atta, de mayor tamaño, son una seria amenaza para la horticultura. Estas últimas defolian los arbustos de los jardines y los árboles frutales en un lapso de tiempo increíblemente corto. Pero las que sin duda causan el mayor daño, tanto en las regiones tropicales como en las templadas, son una hueste de especies que muestran una pronunciada tendencia al pastoreo y cuidado de piojos de las plantas (Aphididae), cochinillas algodonosas (Coccididae)*, y membrácidos9 (Membracidae), sobre las raíces, los tallos o el follaje. Todos estos insectos succionan los jugos de las plantas, y la protección que les proporcionan, por tanto, tiene que ser considerada como perniciosa. La melaza que excretan es buscada con ansia por todas nuestras especies de Camponotus, Formica, Lasius, Prenolepis, Cremastogaster, Myrmica y Dolichoderus, pero sólo la especie más abundante entre todos estos géneros tiene que ser considerada como efectivamente dañina. Dicha especie es la más común de todas nuestras hormigas, Lasius niger, de la cual se sabe que durante el inverno guarda en sus nidos los huevos del piojo de las raíces del maíz (Aphis maidiradicis), y que luego, en la primavera, distribuye por las raíces del maíz a los jóvenes recién eclosionados. No obstante, el carácter nocivo de algunas especies afidófilas queda un tanto mitigado por el hecho de que si las hormigas no están presentes, los piojos de las plantas descargan sus dulces excrementos sobre las hojas, donde —especialmente en temporadas de un clima seco prolongado—, forman un barniz que interfiere con la respiración de la planta y proporciona un sustrato propicio para el crecimiento de unos hongos que destruyen las hojas.

Se teme a veces a las hormigas a cuenta de su costumbre de picar y morder, pero esto, al menos en los Estados Unidos, ha sido enormemente exagerado. En realidad, sólo unas pocas de nuestras especies, como la hormiga de fuego (Solenopsis geminata), y las aún más grandes hormigas cosechadoras (Pogonomyrmex barbatus y P. occidentalis), son lo bastante abundantes cerca de las viviendas humanas para resultar en algún grado preocupantes. La hormiga de fuego, que se encuentra sólo en los trópicos y en nuestros Estados del Sur, gusta bastante de anidar en los jardines de nuestros patios y a lo largo de senderos y caminos. Es extremadamente belicosa y, como su nombre indica, su picadura puede ser severa. La picadura de las aún más grandes hormigas cosechadores es todavía más formidable, pero estas especies, confinadas a las grandes llanuras y los desiertos del sudoeste, no prosperan en la vecindad de los asentamientos humanos. De manera general, se puede decir que las hormigas no se salen del camino que siguen para picar y morder, y que solo adoptan una actitud ofensiva cuando sus nidos son perturbados de forma violenta.

Pogonomyrmex occidentalis levantando roca

Pogonomyrmex occidentalis
by Jake NittaCC BY 4.0

Para concluir este capítulo podemos llamar la atención sobre el gran valor que tienen las hormigas como objeto para el estudio. Ningún otro grupo de animales presenta al biólogo, al psicólogo o al sociólogo un repertorio similar de cuestiones fascinantes. Bastará con mencionar el incomparable material que proporcionan para el estudio de la variación y distribución geográficas, tanto desde el punto de vista taxonómico como experimental; los extraordinarios fenómenos del polimorfismo, la partenogénesis y la determinación de los sexos; los maravillosos casos de parasitismo y simbiosis; y por último, pero no por ello menos importante, la gran relevancia que tienen estos insectos para cuestiones tales como el instinto y la inteligencia. Las investigaciones de Janet y de otros han mostrado el magnífico campo que representan para los estudios anatómicos, y los desarrollos embrionario y postembrionario apenas han sido estudiados. Si se añade a todo esto la gran facilidad con que se las puede conseguir en cualquier localidad y que, debido a su notoria adaptibilidad, se las puede mantener durante largos periodos en nidos artificiales, causa sorpresa el que hayan atraído a tan pocos estudiosos. Sería un interesante tema de discusión la cuestión de hasta qué punto esta negligencia por parte de los entomólogos y otros biólogos puede ser debida a que las hormigas no apelan a nuestro sentido estético con la misma facilidad que lo hacen los pájaros, los escarabajos o las mariposas. Si, en efecto, es esta la causa de la negligencia tan generalizada en que se encuentra el estudio de las hormigas, su carencia de cualidades estéticas puede ser contemplada quizá como una ventaja más —desde el momento en que desanima a aquellos que se acercan al tema solo como meros coleccionistas de cosas bonitas, mientras que no repele necesariamente al estudiante más serio y filosófico.

Las hormigas como insectos dominantes

Notas


 * Suborden o Superfamilia— En los órdenes Blattodea, Hymenoptera y Lepidoptera, para agrupar las familias hemos preferido usar las superfamilias en lugar de los subórdenes.

 1. Entre la inmensa multitud de los insectos, las Hormigas sobresalen por encima de las demás Familias de todos los Órdenes por el mayor número de individuos, la fuerza más tenaz, una actividad y laboriosidad incansables, su forma social de vida y (por decirlo así) su cultura, y unos instintos naturales muy superiores, entre otras muchas virtudes; por lo cual, estos pequeños animales de apariencia, estatura y color tan insignificantes han merecido y atraído con justicia la atención a lo largo de los tiempos. Anotaciones a la monografía de las hormigas boreales de Europa. (N. del T.)

 2. Está fuera de discusión que el éxito sea el criterio más general de la superioridad, siendo los dos términos, hasta cierto punto, sinónimos uno de otro. Por éxito hay que entender, cuando se trata del ser vivo, una aptitud para desenvolverse en los medios más diversos y a través de la mayor variedad posible de obstáculos, de modo que se cubra la extensión de tierra más vasta posible. Una especie que reivindica como dominio suyo la tierra entera es verdaderamente una especie dominante y, en consecuencia, superior. Tal es la especie humana, que representaría el punto culminante de la evolución de los Vertebrados. Pero tales son también, en la serie de los Articulados, los Insectos, y especialmente algunos Himenópteros. Se ha dicho que las Hormigas son las dueñas del subsuelo de la tierra, igual que el hombre es dueño del suelo. La evolución creadora. (N. del T.)

 3. Como dice Forel: “Los enemigos más peligrosos de las hormigas son otras hormigas, del mismo modo que los enemigos más peligrosos del hombre son otros hombres”. (N. del A.)

 4. Science and Faith, or Man as an Animal, and Man as a Member of Society. Translated by T. J. McCormack. Chicago, Open Court Publishing Co., 1800, p. 102 et seq. (N. del A.)

 5. Proverbios 6: 6-8. Ve á la hormiga, oh perezoso Mira sus caminos, y sé sabio;/La cual no teniendo capitán, Ni gobernador, ni señor,/Prepara en el verano su comida Y allega en el tiempo de la siega su mantenimiento. Biblia Reina-Valera 1909 (N. del T.)

 6. “Fallow ant”, en el original.

 7. “Driver ant”, ibid.

 8. “Legionary ants”, ibid.

 * Paratrechina longicornis, para la nomenclatura actual

 * Linepithema humile, ibid.

 * Anoplolepis gracilipes, ibid.

 * Pseudococcididae, ibid.

 9. “Tree-hopper”, en el original.