El saltamontes (por R. E. Snodgrass)

El saltamontes (por R. E. Snodgrass)

En algún momento de la primavera, un poco antes o un poco después, dependiendo de la latitud o de la estación, los campos, los céspedes y los jardines aparecen de repente rebosantes de jóvenes saltamontes. Son unos pequeños compañeros algo cómicos, con grandes cabezas, sin alas, y unas piernas traseras fuertes (Fig. 1). Se alimentan de la hierba fresca y saltan con agilidad de aquí para allá, como si su existencia en manera alguna estuviera envuelta en el misterio de la vida ni suscitara ningún interrogante acerca de por qué están aquí, cómo llegaron a estar aquí o de dónde vinieron. De estas preguntas, la última es la única a la que en el momento presente podemos dar una respuesta precisa.

Si inspeccionásemos de cerca el suelo en esta época, sería posible ver que estos infantiles saltamontes que parecen no tener madre son alumbrados por la misma tierra. Un estudioso de la naturaleza de los tiempos antiguos se habría contentado con esta información —los saltamontes, habría proclamado entonces, se crían espontáneamente a partir de la materia en la tierra; el público lo creería, y a partir de entonces no se toleraría ninguna opinión contraria. La historia llegó a un punto, no obstante, en que algún naturalista consiguió derrocar esta idea y estableció en su lugar la máxima de que toda vida procede de un huevo. Siendo este todavía nuestro credo, tenemos que ocuparnos del huevo del saltamontes.

Jóvenes saltamontes

↑ Fig. 1.  Jóvenes saltamontes

El entomólogo que planea investigar las vidas de los saltamontes encuentra que es más sencillo empezar sus estudios el año de antes; en lugar de tamizar la tierra para encontrar los huevos de los que eclosionan los jóvenes insectos en primavera, observa a los insectos adultos en el otoño y se asegura una provisión de huevos recién puestos por las hembras, ya sea en el mismo campo o en jaulas equipadas adecuadamente para ello. Puede entonces, en el laboratorio, vigilar de cerca la eclosión y observar con precisión los detalles de la emergencia. Por lo tanto, retrocedamos en el calendario y tomemos nota de en qué anda ocupada, durante los meses de agosto y septiembre, la promoción de saltamontes adultos de la última estación.

Sin embargo, antes es necesario saber qué insecto es un saltamontes, o qué insecto designamos con este nombre; porque, desafortunadamente, los nombres no siempre denotan la misma cosa en países diferentes, y tampoco se le aplica el mismo nombre a una misma cosa en diferentes regiones del mismo país. Esto es lo que sucede con el término “saltamontes”1. En la mayor parte de los demás países, a los saltamontes los llaman “langostas”, o más bien, la verdad es que nosotros, en los Estados Unidos, a las langostas las llamamos “saltamontes”, porque, por supuesto, debemos otorgar prioridad al uso del Viejo Mundo. Cuando lees acerca de una “plaga de langostas”, por tanto, tienes que entender “saltamontes”. Pero un enjambre de “langostas de diecisiete años”, no se refiere ni a saltamontes ni a langostas, sino a otro insecto bastante diferente —hablando con propiedad, una cigarra. Probablemente podemos culpar de toda esta confusión de nombres, y de muchas otras incoherencias en la jerga de nuestra historia natural popular, a los primeros colonos de nuestros estados, que les dieron a las criaturas que encontraron en el Nuevo Mundo los nombres de animales que eran familiares en el hogar de origen —y al no contar con zoólogos que les orientaran, cometieron varios errores de identificación. Los científicos han buscado sentar unas mejores bases para los temas de nomenclatura creando un conjunto de nombres internacionales para todas las cosas vivas, pero como estos nombres están en latín o griego latinizado, rara vez son útiles para los asuntos cotidianos.

Partes terminales de los cuerpos de un saltamontes macho y hembra

↑ Fig. 2. Partes terminales de los cuerpos de un saltamontes macho y hembra
El cuerpo, o abdomen, del macho (A) está marcadamente redondeado; el de la hembra (B) presenta dos pares de púas gruesas que conforman el órgano de puesta de los huevos, u ovipositor.

Sabiendo ya que un saltamontes es una langosta, ya solo queda decir que una verdadera langosta es cualquier insecto con forma de saltamontes que tenga los cuernos, o antenas, cortas. Un insecto parecido a este pero con antenas largas y delgadas o es un catídido2 o un miembro de la familia de los grillos. Si recolectas unos cuantos especímenes de langosta —a las que nos referiremos como saltamontes en lo que sigue—, podrás observar que algunos tienen la parte terminal del cuerpo redondeada, y que la terminación de los otros presenta cuatro púas córneas. Los del segundo tipo son hembras (Fig. 2B); los otros (A) son machos y podemos prescindir de ellos por el momento. La naturaleza ha dispuesto que, sea lo que sea que el instinto empuje a realizar a una criatura, esta cuente con las herramientas adecuadas para llevarlo a cabo. Estas herramientas, no obstante, a no ser que se trate de un animal humano, son siempre partes de su cuerpo, de su abdomen, de sus mandíbulas o de sus patas. El conjunto de púas que la hembra saltamontes presenta en el extremo del abdomen conforma una herramienta de excavación, un útil del que el insecto se vale para abrir en el suelo un agujero donde depositar sus huevos. Los entomólogos llaman a este órgano oviscapto, u ovipositor. La Figura 2B muestra la forma general del ovipositor de un saltamontes; las púas son cortas y gruesas; las del par superior se curvan hacia arriba, las del inferior hacia abajo.

Cuando la hembra saltamontes está lista para depositar una tanda de huevos, elige un lugar conveniente —que es casi cualquier lugar en un campo abierto y soleado donde su ovipositor sea capaz de perforar el suelo—, y allí inserta la punta de su órgano con las púas firmemente cerradas. Una vez que estas últimas están bien dentro del suelo, probablemente se expandan y se separen de manera a comprimir la tierra que las envuelve, pues el proceso de perforación no traslada ningún detrito hasta la superficie y se observa sin embargo cómo gradualmente el extremo del abdomen del insecto se hunde más y más profundo, hasta que una considerable parte queda enterrada en el suelo.

Una hembra saltamontes depositando una cápsula de huevos en un agujero

Fig. 3. Una hembra saltamontes depositando una cápsula de huevos en un agujero excavado con su ovipositor.

Ahora ya está todo listo para la descarga de los huevos. El canal que sale de los tubos de los ovarios, los cuales están llenos de huevos ya maduros, se abre justo abajo y entre las bases de las púas inferiores del ovipositor, de manera que cuando se separan las púas superiores e inferiores, los huevos escapan por el pasaje que dejan. A medida que estos últimos van siendo colocados en el fondo del pozo, el cuerpo del insecto descarga una sustancia espumosa y pegajosa. Esta sustancia endurece alrededor de los huevos y se seca, pero no en una masa compacta, pues su naturaleza espumosa la deja llena de cavidades, como una esponja, y proporciona a los huevos, y a los jóvenes saltamontes cuando eclosionan, abundante espacio para el aire. Al exterior de esta sustancia protectora, mientras está fresca y pegajosa, se adhieren partículas de tierra que forman sobre el conjunto una fina cobertura granulada que, una vez endurecida, produce la impresión de que la vaina, o cápsula, ha sido modelada siguiendo la forma de la cavidad que la contiene (Fig. 4). El número de huevos en el interior de cada cápsula varía enormemente; algunas vainas contienen solo media docena y otras alcanzan hasta ciento cincuenta. Además, cada hembra deposita varias tandas de huevos —cada uno de los lotes en una madriguera y una cápsula independiente—, hasta agotar su provisión de huevos. Algunas especies distribuyen los huevos en las vainas de forma regular, mientras que otras las apilan de manera aleatoria.

Cápsula de huevos de un saltamontes

↑ Fig. 4. Cápsula de huevos de un saltamontes, mostrando varias formas: una de ellas abierta y mostrando los huevos del interior (Muy ampliadas)

Un huevo de saltamontes tiene una forma ovalada y alargada (Fig. 5); los de un saltamontes de tamaño ordinario miden alrededor de 5mm de largo o un poco más3. Las extremidades del huevo pueden aparecer redondeadas o presentar puntas acentuadas, y el extremo inferior —que se corresponde por lo general con la parte terminal del cuerpo— parece estar rematado en una pequeña tapa. Uno de los costados del huevo está siempre más curvado que su opuesto, el cual puede llegar a ser casi recto. La superficie es lisa y brillante a simple vista, pero bajo el microscopio se ve que está recorrida por lineas ligeramente en relieve que delimitan pequeñas formas poligonales.

Dentro de cada uno de los huevos está el germen del que saldrá un nuevo saltamontes. Este germen, la materia viva del huevo, no es sino una fracción diminuta del contenido total del huevo, porque la mayor parte de este último consiste en una sustancia nutriente, llamada yema, cuyo propósito es servir de alimento al embrión mientras se desarrolla. De alguna forma que ni siquiera el más potente microscopio es capaz de desvelar, este germen diminuto contiene las propiedades que determinarán cada detalle de la estructura del futuro saltamontes, exceptuando aquello que pueda ser causado por alguna circunstancia externa. Sería muy interesante seguir la evolución del embrión del insecto en el interior del huevo, y la mayor parte de los hechos importantes de este proceso son ya conocidos; pero, aunque el relato completo sería excesivamente largo para exponerlo aquí, sí que debemos mencionar algunos hechos del desarrollo del saltamontes.

Huevos de saltamontes

↑ Fig. 5. Huevos de saltamontes; uno de ellos está abierto en el extremo superior y muestra al joven saltamontes a punto de emerger.

El germen empieza a desarrollarse dentro del huevo desde el mismo momento en que este es puesto durante el otoño. Sin embargo, en latitudes templadas y de más al norte, las bajas temperaturas no tardan en intervenir, lo que hace que el desarrollo se interrumpa hasta que vuelva el calor en la primavera —o hasta que algún entomólogo introduzca los huevos en un laboratorio caldeado artificialmente. Si son trasladados a un interior antes de la llegada del frío y se mantienen en un lugar caliente, los huevos de algunas especies de saltamontes proseguirán su desarrollo, y los jóvenes saltamontes eclosionarán aproximadamente en seis semanas. Por otro lado, los huevos de ciertas especies, tratados de la misma manera, no eclosionarán en absoluto; los embriones en su interior alcanzarán cierta etapa de su desarrollo y se detendrán ahí, y la mayor parte de ellos nunca reanudará su crecimiento a menos que se los someta ¡a la temperatura de congelación! Pero, después de una refrigeración a fondo, los jóvenes saltamontes eclosionarán, incluso en el mes de enero, si los huevos son después trasladados a un lugar cálido.

Por la parte de un embrión de insecto, negarse a completar su desarrollo hasta ser congelado y después calentado puede parecernos una incongruencia un tanto absurda; pero este mismo hábito es compartido por los embriones de muchos otros tipos de insectos además de los saltamontes, y no se separan de él, de lo que tenemos que concluir que no es un capricho, sino una útil propiedad fisiológica de la que están dotados. La deidad de la naturaleza en la se delegó particularmente el cuidado de las criaturas vivas sabe bien que Boreas a veces se queda dormido, y que si un huevo puesto en otoño dependiera sólo del calor para su desarrollo, podría suceder que eclosionara en esa misma estación si el tiempo apacible se prolongase. Y entonces, ¿qué probabilidades tendría el pobre principiante cuando el invierno que viene con retraso se echara sobre él? Ninguna en absoluto, desde luego, y todo el plan para la perpetuación de la especie se vendría abajo. Pero si se organiza de modo que el desarrollo en el interior del huevo pueda completarse solo después del efecto refrigerante de un clima helado, la emergencia del joven insecto será postergada hasta el retorno del calor en la primavera, y así la especie tendrá una garantía de que sus miembros no serán diezmados por una eclosión fuera de temporada. Hay especies, no obstante, que no están aseguradas de esta manera, y efectivamente experimentan pérdidas por eclosiones otoñales cada vez que la llegada del invierno se atrasa. Los huevos que se ponen en la primavera están diseñados para eclosionar esa misma temporada, y los huevos de las especies que habitan en climas cálidos nunca precisan ser congelados para desarrollarse.

Saltamontes saliendo del cascarón

↑ Fig. 6. Saltamontes saliendo del cascarón

La resistente cáscara del huevo del saltamontes está compuesta de dos capas distintas, una exterior, más gruesa, opaca y de color marrón claro, y una interior que es fina y transparente. Justo antes de la eclosión, la capa externa se quiebra y se abre una grieta irregular en el lado plano del huevo que baja desde el extremo superior, habitualmente hasta la mitad o los dos tercios. Esta cubierta exterior puede ser extraída artificialmente, y la capa interna aparece entonces como una cápsula reluciente a través de cuyas paredes puede verse al pequeño saltamontes con las extremidades plegadas de manera férrea bajo el cuerpo. No obstante, en una eclosión acontecida en circunstancias normales, las dos capas de la cáscara son rasgadas a la vez, y el joven saltamontes emerge abriéndose camino lentamente a través de la hendidura (Fig. 6).

Unos saltamontes recién nacidos —eclosionados de unos huevos que un entrometido investigador había extraído de sus estuches para observarlos—, procedieron muy rápidamente a despojarse de una piel exterior al cuerpo. Esta piel, que aparece desprendida ya en el momento de la eclosión, se muestra ahora como una funda estrechamente ceñida que comprime las blandas piernas y los pies de la delicada criatura que hay dentro. Esta última, no obstante, después de unas cuantas sacudidas hacia adelante con el cuerpo, combinadas con la expansión de dos protuberancias en la parte trasera del cuello, consigue rasgar la piel por la zona dorsal del cuello y de la cabeza, y entonces la película se encoge rápidamente deslizándose sobre el cuerpo hacia abajo. Al descubierto entonces por primera vez, el insecto se desprende del arrugado harapo de su piel natal y se convierte en una nueva criatura suelta por el mundo. Como es un saltamontes, empieza a saltar, y en sus primeros esfuerzos recorre una distancia de diez o doce centímetros, quince o veinte veces aproximadamente la longitud de su propio cuerpo.

Sin embargo, cuando los jóvenes saltamontes eclosionan en un entorno no alterado, nos los tenemos que representar abandonando los huevos en el espacio cavernoso de la cápsula, completamente sepultados bajo tierra. De ningún modo son todavía criaturas libres, y solo se liberan después de excavar hacia arriba y alcanzar la superficie del suelo. Desde luego, no están muy lejos de esta superficie, y la mayor parte del trayecto se realizará a través de las paredes fácilmente agujereables de la cobertura que envuelve los huevos. Pero sobre la última pared hay una delgada capa de tierra que puede haberse compactado tras las lluvias del invierno, y es posible que atravesar esta capa no sea por lo común una labor sencilla. No hay muchos entomólogos que hayan observado de cerca salir de la tierra a los nuevos saltamontes, pero Fabre los ha estudiado en condiciones artificiales, cubiertos de tierra en un tubo de cristal. Él ha descrito los arduos esfuerzos que realizan las diminutas criaturas, presionando hacia arriba con sus delicados cuerpos a través de la tierra gracias a los estiramientos de sus piernas traseras, mientras las vesículas de la parte dorsal del cuello se expanden y contraen alternativamente para ensanchar el pasaje en lo alto. Todo esto, nos cuenta Fabre, sucede antes de haberse despojado de la envoltura embrionaria; y solo después de alcanzar la superficie y de hallarse sin trabas el mundo de arriba, es que el insecto se deshace de la membrana que lo envuelve y libera todas las extremidades.

Las cosas que hacen los insectos y la manera en que lo hacen son siempre interesantes como meros fenómenos, pero ¡cuanto más sabios seríamos si pudiéramos descubrir por qué las hacen! Consideremos al joven saltamontes enterrado en la tierra, por ejemplo, apenas nada más que un embrión todavía. ¿Cómo sabe que no está destinado a vivir en aquella cavidad oscura en la que se encuentra a sí mismo desde el principio? ¿Cuál es la fuerza que activa el mecanismo que lo impulsa a través de la tierra? Y finalmente, ¿qué es lo que le dice a la criatura que la libertad se encuentra hacia arriba y no en dirección horizontal o hacia abajo? Mucha gente cree que estas preguntas no pueden ser respondidas por el conocimiento humano, pero los científicos tienen fe en la solución definitiva de cualquier problema, al menos en lo que respecta a las fuerzas elementales que controlan las acciones del universo.

 Huevos de una especie de catídido adheridos a una rama

↑ Fig. 7. Huevos de una especie de catídido adheridos a una rama; el joven insecto en diferentes etapas de la salida del huevo y recién eclosionado

Sabemos que toda la actividad de los animales depende del sistema nervioso, en el interior del cual reside una forma de energía que reacciona delicadamente a los influjos del exterior. Cualquier tipo de energía conectada a un mecanismo físico producirá resultados que dependen del diseño del mecanismo. Así que los efectos de la fuerza nerviosa en el interior de un animal vivo están determinados por la estructura física del animal. Un acto instintivo, por tanto, es la expresión de la energía nerviosa trabajando en un tipo particular de máquina. Supondría una digresión demasiado extensa explicar aquí la concepción moderna de la naturaleza del instinto; pero bástenos decir que algo de lo que el saltamontes recién eclosionado encuentra a su alrededor, o alguna sustancia generada en su interior, hace que su energía nerviosa entre en acción; que esa energía nerviosa, trabajando sobre un mecanismo preciso, produzca los movimientos del insecto; y que el mecanismo está hecho de tal manera que actúa en contra de la fuerza de la gravedad. Y con esto, la criatura, si es normal y está sana en todos los aspectos y los obstáculos no son demasiado grandes, alcanza la superficie del suelo de forma tan inevitable como un corcho sumergido alcanza la superficie del agua. Algunos lectores objetarán que ideas de este tipo acaban con todo romance en la vida, pero aquel que quiera romance que acuda a los escritores de ficción; y ni siquiera el romance es buena ficción a menos que represente un esfuerzo por retratar alguna verdad.

Los insectos que eclosionan a partir de huevos puestos a cielo abierto pueden empezar a vivir en condiciones un poco más cómodas que aquellas impuestas a los jóvenes saltamontes. Por ejemplo, en la Figura 7 tenemos unos cuantos huevos de insectos pertenecientes a la familia de los catídidos. Parecen semillas planas y ovaladas pegadas unas a otras y superpuestas en filas a lo largo de una rama en algunas ocasiones, en otras del borde de una hoja. Cuando están a punto de eclosionar, cada uno de los huevos, por la superficie plana que queda al descubierto, se rasga hacia abajo y hasta la mitad, y luego otra vez en sentido transversal, lo cual permite abrir en ese lado una solapa que proporciona una salida cómoda para el insecto a punto de emerger. Este último está envuelto en una delicada funda transparente, en el interior de la cual sus largas piernas y antenas aparecen dobladas apretadamente bajo el cuerpo; pero cuando el huevo se rompe y abre, la funda se rasga también, y mientras el joven insecto emerge la piel se desprende y se queda dentro de la cáscara. La nueva criatura no tiene más que estirar sus largas piernas, con las cuales se aleja andando y, si encuentra una comida apropiada, pronto estará comiendo satisfecho.

Un joven saltamontes, o ninfa, en el segundo estadio tras la eclosión

Fig. 8. Un joven saltamontes, o ninfa, en el segundo estadio tras la eclosión

Echemos ahora un vistazo más de cerca a los pequeños saltamontes (Fig. 8) que acaban de salir al gran mundo desde las cámaras subterráneas de sus cápsulas de huevos. Una cabeza tan desmesurada, pensaría uno, hará que vuelque ese cuerpo corto y estrecho, aunque se apoye sobre tres pares de patas. Pero, cualesquiera que sean sus dimensiones, las obras de la naturaleza nunca dan la impresión de estar pintando por fuera del dibujo; por alguna ley de compensación, nunca te deja la incómoda sensación de un error de diseño. A pesar de su enorme cabeza, el infante saltamontes es una criatura ágil. Sus seis patas están todas sujetas a la parte del cuerpo inmediatamente posterior a la cabeza, conocida como tórax, y el resto del cuerpo, denominado abdomen, se proyecta libremente sin ningún apoyo. Un insecto, atendiendo a su nombre, es una criatura dividida en partes, porque “insecto” significa “en-sección”. Una mosca o una avispa, por lo tanto, están cerca de lo que sería el insecto ideal; pero aunque el saltamontes no aparezca literalmente seccionado entre el tórax y el abdomen, al igual que la mosca, la avispa, y todos los demás insectos, está formado de una cabeza, un tórax que lleva las piernas, y un abdomen terminal. Sobre la cabeza se sitúan un par de antenas largas y delgadas y un par de ojos grandes. Los insectos alados tienen por lo común dos pares de alas pegadas a la zona dorsal del tórax.

El exterior del cuerpo del insecto, en lugar de presentar una superficie continua como la mayor parte de los animales, exhibe muchos anillos circundantes que parecen delimitados por la dura cutícula que los rodea —como de hecho sucede—, y que dividen cada región del cuerpo, excepto la cabeza, en una serie de secciones cortas que se solapan. A estas secciones del cuerpo se las denomina segmentos, y todos los insectos y sus parientes, incluidos los ciempiés, las gambas, las langostas y los cangrejos, los escorpiones y las arañas, son animales segmentados. El tórax del insecto está formado por tres segmentos, el primero de los cuales lleva el primer par de patas, el segundo el par del medio y el tercero las patas traseras. El abdomen está habitualmente formado por diez u once segmentos, y por lo general no tiene apéndices, excepto un par de pequeños órganos de forma arqueada en el extremo conocidos como cercos, y, en el caso de las hembras adultas, las púas del ovipositor, que pertenecen al octavo y noveno segmentos (Fig. 2B).

La cabeza, además de servir de apoyo a las antenas, tiene tres pares de apéndices reunidos alrededor de la boca que sirven de órganos para la alimentación y son conocidos colectivamente como piezas bucales. La presencia de cuatro pares de apéndices en la cabeza hace surgir la cuestión, pues, de si la cabeza no está segmentada igual que el tórax y el abdomen. En una fase temprana del desarrollo embrionario la cabeza está segmentada, y cada uno de los pares de apéndices pertenece a un único segmento, pero los segmentos de la cabeza se concentran más tarde en la sólida cápsula del cráneo. Vemos así que todo el cuerpo de un insecto está compuesto de una serie de segmentos que han acabado agrupados en las tres regiones descritas. Hay que mencionar que los insectos no tienen una “nariz” ni ningún orificio para la respiración en la cabeza. Sin embargo, tienen muchos orificios nasales, llamados espiráculos, distribuidos a cada uno de los lados del tórax y el abdomen. Su aparato respiratorio es bastante diferente del nuestro, pero será descrito en otro capítulo, cuando nos ocupemos de la estructura interna.

La mayor parte de los insectos jóvenes crece rápidamente, pues tienen que comprimir su vida entera dentro de los límites de una sola estación. Generalmente les bastan unas pocas semanas para alcanzar la madurez, o al menos la fase adulta de esa forma con la que salieron del huevo, ya que, como vamos a ver, la vida de muchos insectos se complica al atravesar varios estadios diferentes, en cada uno de los cuales presentan una forma bastante dispar. El saltamontes, no obstante, es un insecto que crece haciendo un recorrido directo desde su forma natal hasta el adulto, y en todas sus fases es identificable como saltamontes (Fig. 9). De forma opuesta, una polilla, que eclosiona en forma de oruga, no guarda parecido con su progenitor, y lo mismo se aplica a una mosca joven, que es una cresa, y a la joven abeja con su forma de larva. Los cambios de forma que experimentan los insectos a lo largo de su crecimiento se conocen como metamorfosis. Esta transformación se da en diferentes grados; el saltamontes y sus parientes tienen una metamorfosis sencilla.

Un joven saltamontes, o ninfa, en el segundo estadio tras la eclosión

↑ Fig. 9. Metamorfosis de un saltamontes, Melanoplus atlanus, mostrando sus seis estadios de desarrollo de ninfa recién nacida hasta adulto con alas completas

Un insecto se diferencia de un animal vertebrado en que sus músculos se sujetan a la piel. La mayor parte de los insectos tienen una piel endurecida por la formación de una fuerte cutícula exterior que proporciona a los músculos un soporte firme y capaz de soportar su tracción. Esta función de la cutícula, no obstante, una vez se ha formado, presenta una exigencia de permanencia. A consecuencia de esto, al alcanzar cierto tamaño el insecto en crecimiento se ve enfrentado a dos alternativas, apretujarse hasta morir dentro de su propia piel, o deshacerse de la vieja funda y conseguir una nueva y más grande. Ha escogido el camino del propio interés y de las mudas periódicas. Sucede así que la vida de un insecto progresa por etapas separadas por las mudas, o cambios de cutícula.

El saltamontes realiza seis mudas entre la eclosión y la adquisición de la forma adulta final, un periodo que se alarga unas seis semanas y atraviesa seis fases postembrionarias. La primera muda es la caída de la piel embrionaria, lo cual, como ya hemos visto, sucede normalmente en cuanto el joven insecto sale de la tierra. El saltamontes lleva ahora una vida ordinaria durante cerca de una semana, alimentándose preferentemente de hojas recientes de trébol, pero aceptando casi cualquier cosa verde que se halle a mano. Durante este tiempo su abdomen se alarga por la prolongación de las membranas entre sus segmentos, pero las partes duras del cuerpo no cambian ni de tamaño ni de forma. Al cabo de siete u ocho días, el insecto interrumpe su actividad y permanece inmóvil cierto tiempo, hasta que la cutícula se abre por una grieta que se alarga por la parte dorsal del tórax y la parte superior de la cabeza. La piel muerta es entonces desechada, o, para ser más precisos, el saltamontes sale de ella extrayendo con cuidado sus piernas y antenas de las fundas que los envuelven. El proceso completo se consuma en solo unos pocos minutos. El saltamontes que emerge está entrando ahora en su tercer estadio tras la eclosión, aunque la caída de la piel natal no se incluye habitualmente en la serie de mudas, y la primera muda que la sigue, por tanto, diremos que lo introduce en el segundo estadio de su vida sobre la tierra. En esta fase el insecto, en algunos aspectos, es diferente de lo que fue en el primer estadio: no sólo es más grande, también el cuerpo es más largo en proporción al tamaño de la cabeza; también lo son las antenas y, sobre todo, las piernas traseras. El insecto recupera otra vez la actividad y prosigue la rutina de su vida una semana más; después experimenta una segunda muda, que viene acompañada de algunos cambios en la forma y las proporciones que lo hacen aún más parecido al saltamontes maduro. Tras despojarse de la cutícula otras tres veces sucesivas, aparece en su forma adulta, la cual retendrá durante todo lo que le queda de vida.

El saltamontes desarrolló sus piernas, sus antenas y la mayor parte de los demás órganos mientras aún estaba en el huevo. Al eclosionar, sin embargo, carecía de alas, a pesar de que, como todo el mundo sabe, la mayoría de los saltamontes maduros tienen dos pares de alas, un par sujeto al dorso del segmento medio del tórax, y el otro par sujeto al tercer segmento. Por lo tanto, las alas las ha adquirido mientras creía de infante a adulto, y examinando al insecto en sus diferentes fases podemos aprender algo acerca de cómo se desarrollan las alas. En el primer estadio apenas se aprecia evidencia de las incipientes alas, pero en el segundo estadio el ángulo inferior trasero de las placas que cubren la espalda del segundo y el tercer anillos del tórax se ha ensanchado un tanto y proyectan muy ligeramente un par de lóbulos. En el tercer estadio los lóbulos han incrementado su tamaño, pero no resulta evidente que sean alas rudimentarias, como efectivamente lo son. En la siguiente muda, al entrar el insecto en el cuarto estadio, las pequeñas almohadillas de las alas se desplazan hacia arriba y se dejan reposar sobre la espalda, disposición que, además de invertir la posición natural de las alas, coloca a las alas traseras por fuera del par de delante. En la siguiente muda las alas conservan sus posiciones invertidas, pero aumentan una vez más de tamaño, aunque continúan estando bastante lejos de las dimensiones que alcanzan las alas del saltamontes adulto.

Cuando llega el momento de la última muda, el saltamontes se posiciona cabeza abajo sobre algún tallo o rama al cual se aferra con firmeza gracias a las garras de sus pies. Después, cuando la cutícula se abre, se arrastra hacia abajo fuera de la piel. Sin embargo, una vez libre invierte su posición, y lo sabio de este gesto se aprecia al observar la rápida expansión y alargamiento de las alas, las cuales pueden ahora colgar hacia abajo y expandirse libremente sin riesgo de quedar arrugadas. En un cuarto de hora las alas han crecido de pequeñas almohadillas insignificantes a largos y delgados abanicos membranosos que llegan hasta el extremo del abdomen. Este rápido crecimiento se explica por el hecho de que las alas son sacos huecos; su perceptible aumento de tamaño resulta de una mera distensión de sus arrugadas paredes, pues ya estaban formadas antes de la muda y yacían bajo la cutícula como una masa enrollada; al quedar sueltas gracias a la extracción de las vainas que las contenían, se expanden velozmente hasta alcanzar toda su dimensión. Después sus paredes delgadas y suaves se juntan, se secan y endurecen, y las bolsas blandas y flácidas se convierten en órganos para el vuelo.

Es importante entender el proceso de muda tal como se produce en el saltamontes, porque los procesos de metamorfosis, tales como los que transforman a una oruga en mariposa, presentan solo diferencias de grado respecto a aquellos que acompañan el cambio de piel entre dos estadios cualesquiera de la vida del saltamontes. El crecimiento principal del insecto se produce durante los periodos de reposo que preceden a las mudas. Es entonces cuando las diversas partes se agrandan y realizan cualesquiera de las alteraciones de forma pertinentes. La vieja cutícula está ya desprendida y los cambios suceden bajo ella, mientras, al mismo tiempo, se genera una nueva cutícula sobre las superficies remodeladas. El incremento del tamaño de las antenas, piernas y alas las obliga a comprimirse en el estrecho espacio entre la nueva y la vieja cutícula, y cuando esta última es abandonada, los arrugados apéndices se expanden hasta alcanzar su tamaño completo. El observador tiene entonces la impresión de estar siendo testigo de una transformación repentina. La impresión, sin embargo, es falsa; lo que está sucediendo realmente es comparable a la exposición de trajes y abrigos nuevos que el comerciante pone en sus escaparates para ser usados en la estación correspondiente; estos acaban de ser desempaquetados de sus embalajes, pero habían sido producidos en las fábricas mucho antes.

Los saltamontes adultos llevan vidas prosaicas, pero, al igual que una gran cantidad de buena gente, ocupan en el mundo los lugares que se les ha asignado y se encargan de que después hayan otros ocupantes de su propia clase en los mismos sitios cuando ellos, a la fuerza, dejen la plaza vacante. Si no vuelan alto más que en raras ocasiones, es porque no está en la naturaleza de los saltamontes hacerlo; y si alguno, en el este, se eleva por encima de sus compañeros, no consigue nada, a menos que le suceda aterrizar en las zonas altas de un rascacielos de Manhattan, en cuyo caso puede alcanzar la gloria de que su hazaña se mencione en algún periódico —aunque, lo más probable, con su nombre mal escrito.

Por otro lado, como toda la gente común nacida para vivir en la oscuridad y sufrir su impotencia en tanto individuos, el saltamontes, reunido en masas de semejantes, se convierte en una criatura formidable. Plagas de langostas de países al sur del Mediterráneo han alcanzado renombre histórico, e incluso en nuestro propio país, hordas de un saltamontes conocido como langosta de la Montañas Rocosas4 causó tantos estragos en una ocasión en los estados del Medio Oeste que el gobierno envió una comisión de entomólogos para investigarlos. Esto sucedió en los años posteriores a la Guerra Civil, cuando, por algún motivo, el saltamontes que vivía normalmente en el Noroeste, al este de las Montañas Rocosas, empezó a sentirse insatisfecho de sus territorios de cría habituales y migraron en grandes enjambres hacia el interior de los estados del valle del Mississippi, donde sembraron la destrucción sobre cualquier tipo de cultivo en el que la casualidad los enviaba a aterrizar. En estas nuevas localidades pusieron sus huevos, y los jóvenes de la temporada posterior, una vez adquirieron sus alas, migraron de vuelta a la región de la que el año anterior había salido el enjambre de sus progenitores.

Schistocerca gregaria (langosta del desierto)

Schistocerca gregaria (langosta del desierto)
by
Demian HißCC BY 4.0

Los entomólogos de la comisión de investigación del año 1877 nos cuentan que en un día propicio las langostas emigrantes “se elevan temprano por la mañana, entre las ocho y las diez, y se detienen a comer de cuatro a cinco de la tarde. El ritmo del viaje tiene estimaciones que varían entre veinticinco y treinta kilómetros por hora, dependiendo de la velocidad del viento. De modo que, insectos que empezaron a volar en Montana a mediados de julio, no pudieron alcanzar Missouri hasta agosto o principios de septiembre, un periodo de cerca de seis semanas transcurridas antes de que alcanzaran los campos de cría de destino”. La aparición de un enjambre por los aires fue descrito como semejante a “un cuerpo vasto de nubes algodonosas”, o como “una nube de copos de nieve”, presentando la masa de insectos volantes “un espesor que a menudo alcanzaba desde el nivel del suelo prácticamente hasta una altura que frustraba cualquier intento de la más aguda vista para distinguir los insectos del estrato superior”. Se estimó que las langostas habían podido volar a una altura de cuatro kilómetros por encima de la superficie general del suelo, o cuatro kilómetros y medio por encima del nivel del mar. Al descender, el enjambre cayó sobre la región “como una plaga o una maldición”, dijo uno de los entomólogos de la comisión, el Dr. C. V. Riley, que nos ha dejado el siguiente y gráfico cuadro de las circunstancias:

El granjero pasa el arado y siembra. Cultiva esperanzado, vigilando cómo su grano crece y se agita de aquí para allá con un grácil movimiento ondulante bajo las brisas cálidas del verano. El verde empieza a dorarse; la cosecha está cerca. La alegría hace más ligero el trabajo, pues el duro esfuerzo realizado en el pasado está a punto de rendir sus frutos. Rompe el día con un sol sonriente que envía sus rayos a madurar los repletos huertos y los prometedores campos. Ganado y suministros de todos los tipos resplandecen de abundancia, y toda la tierra parece contenta. Avanza el día. De repente, el rostro del sol se ennegrece, y unas nubes oscurecen el cielo. La alegría de por la mañana se transforma en un miedo agorero. Cuando cierra el día, un enjambre de langostas hambrientas ha caído sobre la tierra. Empieza un nuevo día y, ¡ay, qué cambio se ha producido! La fértil tierra de promesas y abundancia se ha convertido en una desoladora devastación, y el viejo Sol, incluso en su momento más radiante, brilla con tristeza a través de una atmósfera animada por miríadas de insectos relucientes.

Hopperdozer
Hoperdozzer

Incluso a día de hoy, los granjeros de los estados del Medio Oeste tienen problemas a menudo para recoger las cosechas, especialmente la alfalfa y los forrajes, en unos campos abarrotados de saltamontes hambrientos. Utilizan básicamente dos estrategias para combatir a las hordas voraces. Un método consiste en conducir a través de los campos un artefacto conocido como hopperdozer5, que recoge directamente a los insectos y los destruye. El ingenio está formado por una larga bandeja poco profunda, de cuatro a cinco metros de longitud, apoyada sobre unos patines de trineo de baja altura, que está provista de una pared alta hecha o de metal o de tejido tensado en un marco de madera. La bandeja contiene agua con una delgada película de queroseno por encima. Cuando el artefacto es conducido por el campo, una gran cantidad de saltamontes que saltan a su paso o bien aterrizan directamente en la bandeja, o caen en ella tras golpear la pared; la película de queroseno del agua hace el resto, porque el queroseno, incluso una cantidad muy pequeña, resulta fatal para los insectos. Con este sistema se retiran a menudo muchas fanegas de langostas muertas por cada hectárea de un campo de alfalfa; pero todavía escapan grandes cantidades de insectos, y el aparato no se puede utilizar sencillamente sobre terrenos ásperos o irregulares, en los pastos, o en cultivos que ya estén en proceso de crecimiento. Un método generalmente más efectivo de acabar con las plagas es envenenándolas. Se prepara una mezcla de salvado, arsénico, melazas baratas y agua, se humedece lo suficiente para aglutinarlo en pequeñas masas, y se le añade usualmente alguna sustancia que supuestamente consigue que el “puré” resulte más atractivo para los insectos. Después el cebo mortal se esparce en pequeños trozos por los campos infestados.

Aunque estos métodos de extinción son efectivos, siguen llevando el rudimentario y ordinario sello de la manera humana de actuar. Veamos cómo sucede la cosa cuando un insecto se enfrenta a otro insecto. Una mosca, pero no una mosca cualquiera, sino una que los entomólogos conocen como Sarcophaga kellyi* —que recibe su nombre del Dr. F. O. G. Kelly, quien nos ha dejado una descripción de sus costumbres—, frecuenta los campos de Kansas en que abundan los saltamontes. Según el informe del doctor Kelly, a individuos de esta mosca se los ve a menudo abalanzarse sobre las alas de los saltamontes y estrellarse contra ellas. El insecto golpeado cae al suelo inmediatamente. Un reconocimiento médico no halla herida física alguna en la víctima, pero al inspeccionar más de cerca es posible encontrar, adheridos a la superficie inferior del ala, varios cuerpos diminutos, blandos y blancos. ¿Píldoras de veneno? ¿Perdigones de infección? Nada tan mediocre. Estas cosas están vivas, se arrastran por los pliegues del ala hacia su base —son, en resumen, moscas jóvenes nacidas en el mismo momento en que la mosca madre impactó con el ala del saltamontes. Aunque a una mosca joven jamás se la reconocería como hija de su padre; es una criatura con forma de gusano, o cresa, que ni tiene alas ni patas y que solo es capaz de moverse extendiendo y contrayendo su blando y flexible cuerpo.

Cresa de mosca doméstica

Cresa de mosca doméstica
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SeigCC BY 4.0

La joven Sarcophaga kellyi no se diferencia especialmente de las cresas de otros tipos de moscas, pero las moscas Sarcophaga, por lo general, se diferencian de la inmensa mayoría de los insectos en que sus huevos eclosionan en el interior del cuerpo de las hembras, y, por tanto, estas moscas en vez de poner huevos, dan a luz a las jóvenes cresas. La hembra de Sarcophaga kellyi, pues, cuando lanza su ataque sobre el saltamontes que vuela, está armada con una munición de jóvenes cresas listas para ser descargadas y adheridas, gracias a la humedad de sus cuerpos, al objeto contactado. Los jóvenes parásitos que la madre ha endosado de esta manera al saltamontes —el cual no tiene ni idea de lo que acaba de pasarle—, hace camino hasta la base del ala de su inconsciente huésped, donde hallan una tierna zona membranosa, perforada la cual entran en el cuerpo de la víctima. Allí se alimentan de los líquidos o tejidos del ahora incapaz insecto, y alcanzan la madurez entre diez y treinta días después. Sin embargo, entre tanto el saltamontes ha muerto; y cuando los parásitos terminan de crecer, abandonan el cuerpo muerto y se entierran en el suelo a una profundidad de entre cinco y quince centímetros. Es aquí donde experimentan la transformación que les dará el aspecto de sus padres; una vez alcanzado este estadio, salen de la tierra ya como moscas adultas aladas. De este modo, un insecto es destruido para que otro pueda vivir.

Mosca del género Blaesoxipha

Género Blaesoxipha
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Arturo SantosCC BY 4.0
(Una mosca cuyas larvas son parásitas de los saltamontes)

¿Es Sarcophaga kellyi una criatura con una astucia extraordinaria, la ingeniosa inventora de una novedosa táctica que permite ahorrarse el trabajo de cuidar de la descendencia? Ciertamente, su método es un avance sobre aquel otro de dejar al recién nacido en la puerta de la casa de un extraño, porque aquí la víctima de la mosca tiene que aceptar la responsabilidad que se le lanza lo quiera o no. Pero el doctor Kelly nos cuenta que las moscas no hacen distinción entre saltamontes y cualquier otro insecto volador, como polillas o mariposas, los cuales no son huéspedes apropiados para sus cresas y en los que nunca alcanzan la madurez. Nos cuenta aún más: las impetuosas madres mosca irán tras unos pedazos de papel arrugado lanzados al viento, y descargarán sus cresas sobre ellos; y las desvalidas cresas se colgarán de estos sin ninguna esperanza de supervivencia. Comportamientos de este tipo, y otros muchos similares que se podrían narrar de otros insectos, muestran que el instinto es efectivamente ciego, y que no depende de una previsión, sino de alguna acción mecánica del sistema nervioso, que en la mayoría de los casos produce el resultado deseado, pero que no está en guardia contra situaciones inusuales o de emergencia.

Cuando consideramos los muchos instintos que han alcanzado la perfección entre los insectos, a menudo nos impacta encontrar casos aparentes de una negligencia flagrante de parte de la naturaleza para con sus criaturas, casos en los que nos podría parecer que proporcionar un remedio para sus males sería sencillo.

Cantárida Epicauta vittata

Cantárida Epicauta vittata
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Joseph AubertCC BY 4.0

En la sociedad humana de los tiempos modernos, el elemento criminal ha llegado a no distinguirse en su aspecto de la clase de ciudadanos que cumple fielmente las leyes. Anteriormente, si podemos juzgar a partir de cuadros y representaciones teatrales, los ladrones y matones eran individuos de apariencia ruda, inconfundibles a primera vista, pero a día de hoy nuestros bandidos son unos paisanos jóvenes y apuestos que se mueven entre la multitud sin levantar sospechas. Y lo mismo sucede con los insectos; sin sospecharlo en absoluto, uno puede estar codeándose con alguien que saqueará su hogar durante la noche, o que ya ha cometido algún acto de violencia contra su vecino. Aquí, por ejemplo, en los mismos campos que el saltamontes, encontramos a un escarabajo de aspecto inocente que mide cerca de dos centímetros de largo y presenta unas bandas amarillas y negras. Para los entomólogos su nombre es Epicauta vittata, lo cual, por supuesto, a una langosta no le dice nada. Ahora es vegetariano, pero en sus días de juventud forzó el nido de un saltamontes y devoró sus huevos, y su progenie hará de nuevo lo mismo. Epicauta y otros de su familia son conocidos como cantáridas6, porque tienen una sustancia en su sangre, llamada cantaridina, famosa por sus propiedades vesicantes y muy usada anteriormente en medicina. Las hembras cantárida de varias especies ponen sus huevos en áreas del suelo frecuentadas por los saltamontes, donde, al eclosionar, los jóvenes pueden encontrar las cápsulas de huevos de estos últimos. Al salir del huevo los pequeños escarabajos (Fig. 10) tienen una forma muy diferente a la de sus padres; se les conoce como porque presentan dos espinas junto a la garra única de cada uno de sus pies, los cuales, así, dan la impresión de tener tres garras. Aunque el joven y bribón escarabajo es un allanador de moradas y un ladrón, su historia, como la de tantos otros criminales, desafortunadamente, constituye una lectura interesante, y el siguiente relato ha sido tomado, con unas cuantas omisiones, de la historia de Epicauta vittata tal como nos la ha transmitido el Dr. C. V. Riley:

Primer estadio larval, o “triungulino”, de Epicauta vittata

↑ Fig. 10. Primer estadio larval, o “triungulino”, de la cantárida rayada (Epicauta vittata)

Desde julio hasta mediados de octubre, los huevos van siendo depositados en el suelo en grupos sueltos e irregulares de unas 130 unidades de media —la hembra excava un agujero para la ocasión y después cubre el montón rascando con sus pies. Realiza la puesta en varios intervalos separados, produciendo probablemente en total entre cuatrocientos y quinientos huevos. Para el propósito de la oviposición prefiere las mismas localizaciones cálidas que eligen las langostas, e instintivamente, sin duda, colocan sus huevos cerca de los de estas últimas, pues así, en estrecha vecindad, las he encontrado en varias ocasiones. En un plazo aproximado de 10 días —más o menos, en función de la temperatura del suelo—, eclosiona la primera larva de triungulino. Estos pequeños triungulinos, al principio débiles y completamente blancos, adquieren pronto su color marrón claro habitual y empiezan a moverse de aquí para allá. Por la noche, o cuando el clima es frío, o lluvioso, los de una misma nidada se apiñan y apenas se mueven; pero cuando el sol los calienta, se vuelven muy activos, corriendo con sus largas piernas por encima del suelo, fisgando con sus grandes cabezas y fuertes mandíbulas en cada pliegue y cada grieta que haya en la tierra, en la cual, a su debido tiempo, excavan una madriguera y se esconden. Como resulta ser una criatura carnívora cuya presa requiere una intensa búsqueda, despliega una gran capacidad de resistencia, y sobrevivirá durante toda una quincena sin comida si la temperatura es moderada. A pesar de esto muchos de ellos, sin ninguna duda, están condenados a perecer en su busca de huevos de langosta, y sólo los más afortunados consiguen encontrar la ración adecuada.

Al encontrar una cápsula de huevos de langosta, nuestro triungulino, por azar, por instinto, o por una combinación de ambos, empieza a excavar a través de la mucosa de aquel canal, mucosa que hace de cobertura y que se convierte en su primera comida. Si lleva mucho tiempo buscando y sus mandíbulas están bien endurecidas, progresa velozmente a través de esta materia porosa que está como dividida en celdas, hasta que de una vez alcanza a roer un huevo, devora primero una porción de la cáscara y después, en el curso de dos o tres días, succiona todo su contenido. Si dos o más triungulinos entran en la misma cápsula de huevos, tarde o temprano se produce un combate a muerte, hasta que solo queda un único dueño victorioso.

Segundo estadio larval de Epicauta vittata

↑ Fig. 11. Segundo estadio larval de Epicauta vittata

El triungulino superviviente ataca después un segundo huevo y agota más o menos completamente su contenido, momento en que, transcurridos ya ocho días desde la eclosión, interrumpe su alimentación y entra en un periodo de reposo. No tarda la piel en rasgarse a lo largo de la espalda, y aparece la criatura en el segundo estadio de su existencia. De forma muy curiosa, ahora tiene un aspecto bastante diferente; es blanco, su cuerpo es blando y tiene unas piernas mucho más cortas que antes (Fig. 11). Después de seguir alimentándose con los huevos durante cerca de una semana, la criatura hace una segunda muda y aparece con una forma también diferente. Y luego una vez más, y hasta una cuarta vez, se despoja de su piel y cambia de forma. Justo antes de la cuarta muda, sin embargo, abandona los huevos y se excava a corta distancia una madriguera, donde se prepara para un periodo de retiro; allí realiza otra muda en la que la piel no es abandonada. El insecto a medio desarrollar pasa de esta manera el inverno, en primavera muda una sexta vez y se vuelve activo de nuevo, aunque no durante mucho tiempo —su vida larval está ahora a punto de concluir; tras una nueva muda se convierte en una pupa, estado desde el se transformará de vuelta a la forma de sus padres escarabajos. El cambio final se lleva a cabo en menos de una semana, tras lo cual la criatura emerge del suelo en su forma definitiva de cantárida.

Los huevos de los saltamontes proveen de alimento a muchos otros insectos además de a las cantáridas. Hay especies de moscas y de pequeños insectos similares a las avispas cuyas larvas, igual que los triungulinos, se alimentan de las cápsulas de huevos; además, otras especies con una alimentación generalista también devoran los huevos de los saltamontes como parte de su heterogénea dieta. A pesar de toda esta destrucción de los gérmenes de su futura progenie, los saltamontes, no obstante, siguen proliferando abundantes, pues los saltamontes, como la mayoría de los insectos, depositan su confianza en la máxima de que el gran número proporciona garantías. Cada temporada se producen y se guardan tantos huevos bajo el suelo que la fuerza combinada de todos sus enemigos no puede destruirlos a todos; y sin duda, una cantidad suficiente para asegurar la continuación de la especie llegará a buen puerto. Vemos así que la naturaleza tiene diferentes maneras de conseguir sus fines —podría haber dispuesto mejores medidas de protección para los huevos de los saltamontes en las cápsulas, pero, descuidada como habitualmente es con los individuos, eligió garantizar la perpetuación por medio de la fertilidad.

El saltamontes (por R. E. Snodgrass)

Notas


 * Suborden o Superfamilia— En los órdenes Blattodea, Hymenoptera y Lepidoptera, para agrupar las familias hemos preferido usar las superfamilias en lugar de los subórdenes.

 1. Algunas frases en los dos párrafos que siguen pueden parecer algo confusas —al menos, a este que traduce lo han confundido. Y lo que nos causa esta confusión es no estar seguros de haber entendido cuál es la confusión inicial que el autor intenta clarificar y que constituye el vórtice original alrededor del cual gira todo el marasmo de confusiones… Sálgase cada uno como pueda de este embrollo, pero que no se pierda la perspectiva: en todo lo que se contará después de esta “aclaración” terminológica, todo lo que el autor diga de los saltamontes se aplica igualmente a lo que aquí, en el “viejo mundo”, llamamos saltamontes y, en consecuencia, también a las langostas, las cuales, todas ellas, son saltamontes (de la familia Acrididae).

 2. “Katydid”, en el original. Son ortópteros de la famila Tettigoniidae, ensíferos, como los grillos, conocidos en ocasiones como chicharras, saltamontes longicornios, saltamontes hoja, esperanzas o, por influencia anglosajona, grillos de los arbustos.

 3. “Three-sixteenths of an inch”, 3/16 de pulgada. En lo sucesivo, traduciremos al sistema métrico cualquier medida que aparezca en pulgadas.

 4. Su nombre científico es Melanopus spretus. Se cuenta que este insecto fue visto con vida por última vez en 1902, y a día de hoy se considera oficialmente extinto.

 5. Una opción de traducción literal: “duermesaltadores”, de hopper, saltador, el que salta (hop = saltar) + dozer, el que hace dormir (doze = dormitar).

 * Blaesoxipha (Kellymyia) kellyi (Aldrich, 1914), en la nomenclatura actual.

 6. “Blister beetle” en el original, "escarabajo de las ampollas".